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Violeta Torrejón
Violeta Torrejón es sociologa, especialista en necesidades específicas del entorno de la salud y del trabajo en mujeres y hombres, también en coaching e inteligencia emocional. Ha trabajado realizando análisis de prensa y como documentalista. También en residencia de ancianos realizando talleres y seguimiento de la adaptación al centro. Cuenta con experiencia en el ámbito educativo en el que ha puesto en práctica todos sus conocimientos. |
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Una vez que entra el verano es habitual que tengan lugar las festividades de los diversos pueblos que están cerca y lejos de nuestra residencia habitual. Durante esta época es cuando cientos de visitantes acuden a lugares que, de otra manera, no acudirían y es que el reclamo es el de la verbena, la música, los juegos, las cenas, las peñas y las noches interminables donde el alcohol no tiene fin.
Los meses de verano son momentos que asociamos al relax, a la paz y sobre todo a la diversión, pero el problema o las discrepancias surgen cuando esto no es así para todo el mundo. Existirán personas que la simple llegada del verano les cause ansiedad por el hecho de haber tenido que buscar detenidamente alojamientos y lugares acorde a sus límites económicos. Otros, que sólo podrán disfrutar de aquello que ya tenían como eran sus pueblos porque no tienen otras opciones.
Hace años era impensable que pudieran darse las relaciones tal y como las conocemos hoy en día, es decir, aspectos tales como la convivencia o la llegada de los hijos antes del matrimonio o, incluso, en la mayor parte de las veces, sin llegar a ese estado oficial de unión. Situaciones como las del enamoramiento progresivo o el ligoteo presencial han desaparecido para dar lugar a encuentros pactados en redes y aplicaciones que se prestan al citado objetivo.
Cada uno de nosotros somos de una forma completamente distinta al resto, lo que ocurre es que habrá algunos que se dejen llevar por la mayoría para no sentirse menospreciados, pero existirán otros que, por el contrario, sigan siendo ellos mismos. Pero al hacer un balance, lo diferente puede ser raro y eso a todo el mundo le asusta demasiado.
A lo largo de la vida es inevitable que nos sucedan cosas que a veces nos gustan y otras no, pero de cada uno depende el gestionar aquellas situaciones que considera que le hacen más mal que bien. Podemos hundirnos, podemos sentirnos desdichados y sobre todo, podemos preguntarnos el motivo de por qué nos ha tocado a nosotros, pero eso no vale más que para autolesionarnos mentalmente.
A la hora de relacionarnos con los demás, con nuestro entorno más próximo, será muy probable que nos encontremos con diversas situaciones algunas de ellas, incómodas, a nivel de diálogo y de interpretación de esas mismas palabras, las cuales, según el estado anímico y vital, pueden incidir de una manera más o menos impactante en nuestras vidas, ya que los seres humanos no somos tan estables como quizá quisiéramos, sino que fluctuamos en un mar de emociones y sentimientos.
Para llegar a valorar a una persona, o en este caso pareja, previamente hemos tenido que haber pasado por experiencias anteriores que nos han dejado una huella en nuestro corazón. Es decir, hemos vivido situaciones que no han salido como nosotros esperábamos y nos hemos decepcionado porque dichas personas no cumplían con nuestras expectativas. Y es ahí donde comienza el aprendizaje.
Cuando comienza una relación tenemos la sensación de que los dos integrantes tienen las mismas miras de futuro, ilusión y cimientos. Cada uno de ellos tendrá valores y ambiciones que irán saliendo con el tiempo. Y eso es porque no nos hemos preocupado demasiado en saber qué quiere el otro o porque nos han mostrado otra cara diferente a la real. Pero, llega un momento en las relaciones en el que uno de los miembros puede plantearse el hecho de querer tener descendencia.
Tenemos la mala costumbre de pensar que aquello que en un momento determinado tenemos o albergamos, será para siempre. Pensamos que nuestra vida no puede cambiar como sí que les sucede a otros. La falta de recursos, de salud, las separaciones, las custodias…, todo eso les sucede a otros, pero no a nosotros. No valoramos las cosas tal y como debiéramos hasta que un día lo perdemos de verdad.
Hoy en día, vivimos en una sociedad plagada de medios informáticos, artilugios electrónicos y sobre todo, exceso de información que se visualiza rápidamente a través de los diferentes navegadores. Sabemos a la perfección la vida de los demás, ya sean personas anónimas con las que jamás hablaremos o conocidos. Vivimos en un mundo donde el consumo es el mayor valor que tenemos, porque si no nos sentiremos apartados e incluso menospreciados.
Todos recordamos los inicios y contactos del primer noviazgo donde la inexperiencia estaba presente, donde existían los nervios y las emociones auténticas ante cualquier suceso. Con ese primer amor, se fue formando parte de la personalidad que influirá, después, en la forma de comportarnos con otros, en la edad adulta.
En estos meses de calor, la vestimenta cambia de forma drástica y los complejos salen a la luz de forma disimulada. Habrá personas que lo lleven mejor y no se dejen influenciar por la estética social no importándoles lo que otros digan o vean, pero en otros casos existirá un gran grupo que sí que se sentirá avergonzado o incluso obsesionado por mostrar el mejor cuerpo posible para la llegada de esta época.
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