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Supongo que coincidiremos en la impresión mañanera; al recorrer las pantallas parecen acecharnos por cada rincón los retumbos de lo más insospechado. Cuando no son disparos, crujen las trifulcas en los ambientes domésticos, las declaraciones intempestivas tampoco animan el cotarro, ni los desaires arropan al personal. Los conejitos alegres deben haberse escondido.
“Lo que el mundo realmente necesita es más poética de brazos abiertos, que política de persecución sistemática”.
Al menos vislumbro unas cuantas, pongamos cinco y entremos en consideraciones. Van desde el humor a las más altas cualidades, enfrascadas por lo general en un arduo enfrentamiento con las trapacerías urdidas a mansalva. Si no derrotadas en los ambientes exultantes, las apreciamos un tanto veladas en medio del bullicio.
Al bajar Zaratustra de la montaña, en su retorno al ámbito mundano habitual, en ese contraste; percibió a los hombres enajenados con respecto a sus auténticas circunstancias. Desprendidos de supuestas relaciones con la divinidad, habían reducido el sentido de su existencia a las meras fricciones cotidianas. Les reprochó la ligereza imperante, sin asomos de la búsqueda de rumbos adecuados a sus cualidades.
Cada instante tiene su singularidad de contrastes, y como tal, también su llave de tolerancia. No olvidemos que el futuro es nuestro y está ubicado en el ahora. Para empezar, hoy en día, tenemos que ser capaces de resistir frente al aluvión de crueldades que nos acorralan, pero también tenemos que activar el espíritu creativo, para poder salir de este ambiente de pobreza y desasosiego que nos inunda.
Cuando nos vemos privados paulatinamente de las explicaciones, de manera simultánea, se diluyen los razonamientos; las justificaciones o los proyectos del momento dejan de tener un sentido, pierden sus puntos de apoyo. Una persona puesta en esa tesitura percibe la pérdida de sus convicciones, sus luces e ilusiones pierden lustre, pasa a sentirse extrañada, no encontrará habitáculos entrañables.
Vivimos en una sociedad que deja mucho que desear, por causa de una parte de la población, que no se comporta correctamente con los demás. Parece que el respeto es un valor del pasado. El relativismo más absoluto campa a sus anchas. Se percibe un desprecio de la cultura y una infravaloración de los conocimientos y del esfuerzo y los méritos acumulados a lo largo del tiempo, en un considerable porcentaje de las personas.
Mirar en todo momento desde la poesía la compleja realidad, arribar a la conclusión de que no hay tema o circunstancia alguna que no pueda ser abordada desde ella, puede aparentar que se trata de una obsesión o de un estado insano del juicio; pero no es así, en realidad gira en torno a una situación que merece ser visibilizada para que sea cultivada, aprovechada y deje de ser estigmatizada.
Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo la indecencia, el espíritu corrupto y la falta de conciencia, puesto que las condiciones en que se hallan un gran número de ciudadanos es cada vez más precaria, ofendiendo su dignidad innata y provocando multitud de conflictos. Una realidad injusta, a más no poder, que suele estar ahí, en cualquier esquina, tanto en Europa como en África, Asia y América.
Sobre la libertad se acumulan las impresiones procedentes de cualquier ángulo de apreciación. Los obstáculos para su ejercicio también proliferan de forma desigual en los diferentes sectores. Los impedimentos naturales representan un reto permanente para liberarse de ellos, aunque son recios los límites de nuestras posibilidades. Los comportamientos cotidianos nos abocan al conflicto de la diversidad de libertades deseadas por cada sujeto.
Interesante concepto este por el que pasamos a diario sin darnos cuenta, o mucho peor despreciando sus repercusiones sobre la existencia particular y social. Accedemos a una playa, entramos en la oficina, llegamos al domicilio particular, deambulamos por plazas o avenidas; como meras piezas mecánicas o como entes pensantes sabedores del posible sentido de dichas acciones.
Contra lo que pudiera parecer desde una mirada torpe, al bien comunitario no se accede desde una imposición homogénea de maneras de actuar o de pensar; la diversidad es radical, imposibilita cualquier propuesta uniformista. El lenguaje específico de cada individuo, sus actitudes son primordiales a la hora de configurar una comunidad; suprimirlos degrada el proyecto.
El oleaje nos impulsa a las orillas, arribamos frente a horizontes inciertos; la resaca nos retrotrae a los fondos subconscientes ocupados por gestiones turbulentas. No cabe duda, soñamos con plácidas aguas y todo son corrientes alrededor; todavía más, cada individuo arrostra en su interior notables fuerzas de incesantes arremetidas. Lo que nos lleva a la consideración de un contraste feliz, desconcertante y penoso a un tiempo.
El trasiego diario alcanza ritmos frenéticos, nos faltan minutos para contentar a la prisa acechante. Al menos en lo referente al personal activo en las variadas esferas comunitarias o cargado con sus inquietudes particulares. En el otro bando se encuentran los individuos dominados por la pasividad, sea por su carácter indolente o debido al sometimiento a una serie de carencias e impotencias.
El trasiego diario alcanza ritmos frenéticos, nos faltan minutos para contentar a la prisa acechante. Al menos en lo referente al personal activo en las variadas esferas comunitarias o cargado con sus inquietudes particulares. En el otro bando se encuentran los individuos dominados por la pasividad, sea por su carácter indolente o debido al sometimiento a una serie de carencias e impotencias.
He podido contemplar desde mi modesto observatorio dos actitudes que me hicieron recapacitar sobre la naturaleza humana. La primera me la proporcionaron los jugadores de la selección española más modesta que puedo recordar. Desde "El segmento de plata” se valora mucho más la virtud de la humildad que la exhibición petulante.
Quizás tengamos que retornar al niño que todos llevamos dentro para poder disfrutar de ese espíritu de belleza, de bien y de verdad, transformándonos en un comportamiento, tan afectivo como efectivo; pues todos los deseos que siembran positividad, nos alientan a ese gozo de mansedumbre, de benevolencia, de bondad en suma. No hay mayor alegría que la de sentirse querido y la de poder amar.
Las actitudes impresionan como una fuga empecinada detrás de los intereses peculiares; crematísticos, turísticos, políticos y en escasa proporción como buscadores de la comprensión superadora.
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