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Con mayor frecuencia de la deseada nos vemos arrastrados por el ritmo de los avatares cotidianos, sin tiempo para consideraciones de mayor calado. Surgen entremezcladas las inquietudes laborales, familiares, de la falta de trabajo, de la soledad o de las múltiples presiones ambientales. Sometidos a semejante proliferación de estímulos, no es de extrañar que limitemos nuestras atenciones ceñidos a la inmediatez.
Desengáñense, la confrontación latente por detrás de cualquier apariencia, es la del cuerpo con los efluvios de la mente; esa cercanía de los sentidos notando alrededor las elucubraciones volanderas. El cotarro tendrá un comienzo, cada quisque lo situará al hilo de sus incumbencias, pero indecisos, por aquello de adentrarse en el terreno de las intuiciones, donde los fundamentos son escurridizos hasta convertirse en indetectables.
A nadie iremos a contar los sentimientos emergentes desde sus experiencias interiores, su carácter intransferible es manifiesto, con sus infinitas peculiaridades. El trasfondo psíquico está involucrado de mil maneras con esas percepciones. Siempre existe alguna relación con las influencias foráneas, sean constitutivas de base, evolutivas o impactos recibidos desde agentes concretos.
En medio de la algazara del progreso, a pesar de las innumerables ventajas adquiridas, planea inmisericorde el trato despectivo dedicado al ciudadano de manera incomprensible. Un RETROCESO importante entre muchos adelantos. Es como una degradación del ente individual ante una parafernalia endiosada.
Es raro que las habilidades nos den para remedar al genial Charlot, qué más quisiéramos, pero no van por ahí estas líneas. Solemos deleitarnos con las charlas intrascendentes, en ese parloteo consuetudinario de difusión universal; atrevido por abarcar cualquier asunto sin remilgos, al limitarnos a los tratamientos superficiales, alejados por lo tanto de los compromisos.
Hay infinidad de trechos repartidos entre los pensamientos que a uno le sobrevienen a lo largo de su existencia; ni el propio protagonista consigue eliminarlos, porque las ideas vuelan con rumbos imprevistos y la ilación se pierde con frecuencia. Pues bien, a la hora de expresarlos no menguan los problemas, se incrementan; es complicado eso de saber decir aquello que pensamos aplicado a cada ocasión.
La libertad resulta azarosa, oscila desde el riesgo a la ventura, confiriendo extrañas IMPRESIONES a los diversos recorridos vitales. Las esferas donde se desarrolla por el amplio mundo no son idénticas, cualquiera lo puede ver. Áreas ampulosas en las cuales la libertad asemeja un desbordamiento descontrolado, arrollador de cuanto encuentra a su paso.
La insatisfacción parece una desazón lógica de la especie humana, para superar dificultades, para imaginar y procurar situaciones mejores. En determinadas épocas esa insatisfacción se agudiza transformada en tribulaciones diversas (Guerras, epidemias, sequías, catástrofes); a raíz de fenómenos naturales, de comportamientos humanos desastrosos, o debidas a la confluencia de ambas motivaciones. La misma intensidad de la congoja subsiguiente puede abocarnos hacia una serie de reacciones inconexas sin rumbo, a una pasividad por aturdimiento o inducirnos a planteamientos REVULSIVOS basados en el análisis adecuado de los recursos con el ánimo integrador de las aportaciones.
Existe una distancia significativa entre la gestación de un procedimiento, su resultado y las maneras de verlo realizado. Es patente en la obra de un artista, en referencia al discurso mental del autor y la calibración por parte de los espectadores. También en los condicionantes previos de un infarto y el trazado electrocardiográfico.
El sentido se ha convertido en un ente evanescente, no logramos captarlo, menos aún comprenderlo. Esa pérdida afecta directamente a las relaciones de las personas. Las múltiples manifestaciones no consiguen atenazar esos significados; antes bien, contribuyen a diluirlos, con el consiguiente DESCONCIERTO general. Ni palabras, ni gestos, ni comportamientos, parecen enfocados a su esclarecimiento; la acumulación de expresiones es apabullante, pero confusa.
En cuanto a fantasías, podemos vernos como queramos, jinetes solitarios, poderosos ejecutivos, un humilde siervo o con una imagen inverosímil elegida en ese momento. Eso va por gustos. Ahora bien, lo de apreciarse como elemento en solitario se sale de cualquier guión.
Según el ánimo del momento, venimos a sentirnos protagonistas o simples arrastrados por los aconteceres del entorno. No siempre van parejas las sensaciones y la realidad, en esa discordancia curiosa provocada por el ensimismamiento. Se trata de una cuestión radical, una disyuntiva permanente; en los sucesos cotidianos e incluso en relación con las remotas causas existenciales.
Somos muy propensos a pronunciarnos con afirmaciones rotundas a la vez que poco reflexivas. Me atrevo a decir que cuanto más culta es esa persona, el eco de su lacónica expresión será mayor. Si su posición en la sociedad es elevada, sus repercusiones aumentan. Aunque detrás de esas manifestaciones ampulosas suele colear la cuestión de su verdadera consistencia, queda una cierta sospecha. Ante los acuciantes problemas, nos conviene desvelar las VELEIDADES camufladas, introducidas arbitrariamente por tanto aspirante a oráculo como nos rodean. Algo por dentro nos enciende las alarmas, los muchos falseamientos interesados superan las ignorancias.
Los disimulos sirven de escaso consuelo, al más presuntuoso se le esfuman los agarraderos de sus raíces cuando se encuentra proyectado al sentido final de sus vidas. Siente en carne propia ese carácter solitario de sus decisiones existenciales; esa hora de la verdad despojada de los aditamentos sociales. El guión se pierde en las INCERTIDUMBRES del orígen, transformadas en elucubraciones calibradas en la intimidad de cada sujeto. Ese inquietante comienzo vuelve comprensibles las diversas maneras particulares de enfocar el asunto en las actuaciones posteriores. El mismo concepto de interpretación correcta se desparrama, configura los matices propios de la aventura vital.
Es de esas cosas percibidas al experimentarlas, pero evanescente a la hora de poder explicarlas. Observamos con cierta nitidez las IDENTIDADES ajenas, quizá porque sólo percibimos sus rasgos más llamativos; vistas de cerca empiezan a embrollarse. Si aceptamos el desaliento y no les hacemos caso a estas cuestiones, vamos quedando desarticulados con respecto a la incesante complejidad ambiental.
Aunque no sea experto en estos menesteres, quisiera proclamar algunas realidades improcedentes a las que se ha llegado en estas cadenas de transmisión entre los elaboradores de un producto y los consumidores. No hará falta una intensa demostración para concretar que los PUNTOS DÉBILES están sobre todo en los extremos. Dicho de otra manera, no es preciso ser experto, uno intenta mirar los avatares de los productos consumidos, las gentes que trabajan en su producción, los precios, y estamos ante una palpable evidencia.
El cultivo de los conocimientos nos trae de cabeza, quizá porque delimita a la vez los auténticos caracteres impulsores de las actuaciones humanas. Las evidencias constituyen una pequeña porción del conjunto, en esos desarrollos las cautelas compiten con las intenciones, dándole una especial relevancia a los movimientos subyacentes. Aúpan simultáneamente al halo de misterio y la acumulación de presunciones sobre los escenarios cotidianos.
Desde pequeñitos sentimos una fuerte adhesión a lo más sencillo. Contra el calentamiento del caletre, optamos por los primeros impulsos. Si uno tiene ganas, procede sin reparos a satisfacerlas. Los afectos, así como los desafectos, tampoco es cuestión de alargarlos por quién sabe qué motivaciones.
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