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Luis Méndez Viñolas
Ha publicado en el Diario Sur, Sol de España, bajo la dirección de Haro Tecglen; Ideal de Granada; Periodistas en español; Nueva Tribuna, El obrero prensa transversal; Margen cero, revista cultural; Rebelión, uno en Diario 16 y uno en la revista del Ministerio de Educación. Así mismo una novela ensayo (El club de los suicidas o el malestar de la conciencia). |
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“Matan a un toro a calambrazos en un pueblo de Albacete”. El pasado 26 de agosto, en Liétor (Albacete), una vez más en España, por diversión, se torturó a un animal hasta la muerte. No sabemos en nombre de qué conmemoración (nos da igual que fuera por la Patrona o por la Constitución; en esto caben pocas distinciones; hasta hay pacifistas y luchadores contra la violencia de género que acuden a actos semejantes).
Ya Arthur Schopenhauer y Marcuse trataron el asunto del pensamiento único, pero lo intelectualizaron excesivamente. La definición más real, por pedestre, fue la de Sarkozy: “No podemos decir nada en nuestro país sin que uno no sea inmediatamente acusado de segundas intenciones nauseabundas. Este es el pensamiento único intolerable”.
El asunto de la paz no se está tomando en serio, lo cual es una grave imprudencia. Lo necesario es un barrido total sobre el tablero de ajedrez y abandonar posiciones enquistadas. Esto ya se debió hacer en 1914, 1939 (1) y 1991, pero los secuestradores del poder, sin ninguna carta de legitimidad, como siempre, lo impidieron. El mundo está ante una inevitable reconfiguración que sólo se puede resolver mediante negociación o choque.
Habíamos comenzado diciendo que el centro político no existe, que su identidad depende de la posición que adopte en cada momento la izquierda y la derecha. Pero, ¿acaso a su izquierda y derecha las cosas son distintas? La expresión centro político sustituyó a la de modernidad, palabra muy socorrida en los comienzos de la transición. Ya éramos, por fin, la sombra de los otros. Mientras tanto perdíamos el Sáhara occidental, la industria y las creencias.
Tal como si se tratara de una cebolla, los principios éticos que rigen al mundo son capas que envuelven al tallo ¿Y qué es este? Simplemente las riquezas del mundo y las rutas por las que transitan. Lo de libertad, democracia, derechos humanos, etc. son hojas lenitivas para que creamos que el mundo es algo más que un negocio, muchas veces violento. Además, esos principios sí tienen validez si no se interponen en las rutas.
Primero organizan la frustración colectiva; después instilan veneno contra algo o alguien. Y el mundo, que no está dispuesto a luchar contra quienes provocan su frustración, sí está dispuesto a odiar lo que desconoce. La soberanía fiscal de Cataluña no apaciguará su independentismo, al contrario, lo reforzará. Los padres de la Constitución sólo querían salir del paso. Ilusorio haber creído que los conciertos económicos vasco y navarro nunca tendrían efectos contagiosos.
Que la UEFA amenace con abrir expediente disciplinario contra Rodri y Morata por cantar “Gibraltar, español” no nos sorprende. Alguna norma escondida tendrá por ahí. Pero no vamos a buscarla. No es institución con suficiente entidad (y moralidad) para que remueva nuestra pereza.
Aunque en todo hay ideología, hay que intentar liberarse de ella a ratos. Un mundo en el que hay que escoger entre A y B significa que de antemano se ha excluido a C (posible antítesis de A y de B. ¿Cómo un socialista consecuente, por ejemplo, va a estar a favor de la política de Biden?) y lo que siga. En realidad, difícilmente podremos estar a favor de A o de B cuando sabemos que sus programas son intercambiables según (les) convenga.
Occidente ha de cambiar de héroes y repensar sus sistemas políticos. Después de doscientos años y pico, nunca la democracia liberal ha estado en una crisis semejante. Y lo peos es que sus voceros lo ocultan. “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás», decía Churchill, el León del Imperio. Y sus muñidores cambiaron “peor” por mejor y anularon el resto de la frase.
Para empezar: ¿orgullo por ser iguales, por ser diferentes, por todo lo contrario? Para el diccionario orgullo es: “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”.
No parece que esté en el ánimo de Israel ni en el de sus sostenedores permitir razonablemente la creación de un estado palestino. Los acuerdos están para incumplirlos y el tiempo para olvidarlos. Además, ¿con quién acordaron nada los ingleses? Ellos, en sus protectorados, hacen lo que les place, que en su bonhomía siempre es lo mejor. Los palestinos sólo poseen sus propiedades. ¿Acaso constituye esto un vínculo que arraigue al suelo?
Nada más terminar la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña principalmente, y EEUU, pergeñaron la “Operación Impensable”. Tropas americanas, inglesas, polacas y los restos de las alemanas (100.000 tropas), se dirigirían sobre la Unión Soviética. El cálculo frio de los militares llevó a la conclusión de que más bien era una operación imposible, dadas la profundidad estratégica del país y las dimensiones de su ejército levantado en armas.
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