| ||||||||||||||||||||||
Manuel Montes Cleries
Manuel Montes Cleries, 25-7-1945. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga, Casado, 8 hijos 16 nietos, columnista de buenas noticias. Jubilado, colaborador emérito de Onda Azul radio y televisión, en la que dirige y presenta dos programas semanales, uno de radio y otro de televisión bajo el título de 'La Málaga solidaria'. |
![]() |
Van a cumplirse veinte años desde que tuve la oportunidad de hacer un viaje que marcó para siempre mi vida. Una de las excursiones que realizamos en aquel viaje a Tierra Santa en el año 2006, nos permitió subir al monte Tabor, lugar donde se transfiguró Jesús según se recoge en el Evangelio de San Lucas. Este texto se proclama este domingo en todas las Eucaristías.
Solemos tener conocidos, amiguetes, amigachos, colegas, compañeros, socios, etc., etc. Pero cuando se habla de amigos, amigos de verdad, se trata de palabras mayores. El amigo no se encuentra, se cultiva; no se compra, se trabaja. No se comienza una amistad pidiendo, ni siquiera disfrutando, se inicia dando.
Cada día veo más necesaria la puesta en práctica de la moraleja que se desprende de esta fábula.Sabemos que las fábulas son dichos cortos que pretenden transmitir una enseñanza moral, basándose en actos y actitudes de los animales fácilmente asimilables a los seres humanos. En este caso el fabulista escenificaba las vicisitudes de dos burros que se encontraban atados entre sí.
Todos aquellos que aprendimos ortografía a través de aquella añorada “Enciclopedia Álvarez”, recordamos el ejemplo que ofrecía para distinguir la diferencia existente entre algunas palabras homónimas. El ejemplo en cuestión se basaba en la frase “ahí hay un niño que dice ¡ay!”. Una contundente diferencia entre el verbo, el adverbio y la exclamación.
Las gentes de la posguerra, entre los que me encuentro, teníamos un pobre conocimiento del sentir andaluz. Vivíamos en medio de la exaltación de España especialmente como “una”. A lo largo de los años, este concepto ha ido cambiando progresivamente. Pronto empezamos a descubrir cómo otras regiones comenzaban a sacar la cabeza y a considerarse superiores a los demás. Una tendencia geográficamente dirigida de norte a sur. Los andaluces también teníamos derecho.
He descubierto con estupor, a través de los historiadores, que la familia nuclear se puso “de moda” durante la implantación de la etapa feudal en los diversos estados, a lo largo de la “edad moderna”. Un proceso que pretendía ampliar los espacios del feudo, mediante la creación de nuevas familias, que trabajaran en los nuevos territorios controlados por el señor feudal.
Durante una temporada estuve realizando un programa de radio con este título. En el mismo pretendíamos acercar al gran público la labor del Teléfono de la Esperanza de Málaga. Una institución que se puso en marcha en el año 1976 y a la que tuve el honor y la suerte de servir desde su fundación.
Supongo que una gran cantidad de personas desconoce lo que en su día fue un objeto de uso cotidiano: “el jarrillo de lata”. En mi vida me he topado con él en diversas ocasiones. En mi etapa escolar, durante un curso asistí a una escuela pública malagueña. A media mañana nos daban leche procedente, al parecer, de la ayuda americana (nada que ver con la mala leche con la que nos riega a diario el señor Trump). Ahí aparece nuestro primer “jarrillo de lata”.
“Sigo sin saber nada, pero por lo menos lo disimulo mejor”. Me he encontrado esta frase en boca de Cortés, un antiguo carnicero y aprendiz de historiador. Uno de los personajes secundarios de una novela de Javier Cercas, que he releído en estos días de vacaciones.
En tiempos pretéritos -no sé si ahora se sigue recomendando lo mismo- se nos inculcaba la idea de defender a capa y espada la verdad. En el denostado catecismo de Ripalda se nos advertía la presencia de un mandamiento de la ley de Dios que decía: “no levantar falsos testimonios ni mentir”. Mientras recuerdo estas frases me entra la risa tonta. Nos encontramos en una sociedad en la que la mentira ha tomado carta de ciudadanía.
Ahondando en el pasado de la humanidad, podemos comprobar cómo, desde siempre, las distintas civilizaciones han vivido en la esperanza de otra vida después de la muerte. Por ello han procurado ofrecer a sus difuntos un habitad confortable, al que han rodeado de ese “ajuar” consistente en armas, alimentos, animales de compañía, joyas, ropajes, etc., que les hiciera más llevadero el paso por la “otra vida”.
Los que en estos días paseamos por las playas malagueñas, hemos podido divisar montes nevados por poniente y por levante. Esta imagen ha hecho aflorar a mi memoria viejos recuerdos. Los miembros de la generación a los que califico como “segmento de plata”, nos tenemos que defender de las hordas edadistas (que consideran a los mayores como unas gentes de segunda categoría) a base de presumir de nuestras vivencias, bajo el grito de “que nos quiten lo bailao”.
|