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Manuel Montes Cleries
Manuel Montes Cleries, 25-7-1945. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga, Casado, 8 hijos 16 nietos, columnista de buenas noticias. Jubilado, colaborador emérito de Onda Azul radio y televisión, en la que dirige y presenta dos programas semanales, uno de radio y otro de televisión bajo el título de 'La Málaga solidaria'. |
Si no se disfruta del camino, ¿para qué sirve llegar a la meta? Hace unos días recibí este comentario como contestación a uno de mis artículos, en el que me quejaba de los agobios y la vida en general. Como en tantas otras ocasiones me hizo pararme y pensar.
Escribo esta reflexión en medio de una situación de agobio personal e intransferible. A cualquiera de los lectores le puede parecer una nimiedad, producto del capricho de una mente senil. Se trata de que me tengo que someter a cuatro exámenes finales en el plazo de diez días. Ya han pasado los dos primeros. Esta próxima semana tendré los otros dos.
Las palabras de su Majestad me parecieron sencillas, claras y contundentes. El público aplaudía con fervor. No era para menos. Habló de los sentimientos de unión y de solidaridad que anidan en todos aquellos a los que yo denomino gente corriente. Estos ciudadanos cuya misión no consiste en envenenarse y envenenar a los demás cuando sus ideas no coinciden.
En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura. Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal.
A lo largo de la vida podemos comprobar cómo la madre es el “punto de encuentro” capaz de reunir a todos los miembros de una familia por muy desperdigados que estos se encuentren. No voy a descubrir ahora el valor de la madre como persona, como conciliadora y como sumo matriarca. Pero, una vez más, me vuelvo a sorprender por su capacidad de comprensión, de su forma de tratar a cada uno de los hijos, nietos y demás familiares como si fueran los únicos seres del mundo.
Perdonen por la historia de un “abuelo cebolleta”, pero de lo que abunda en el corazón “escribe el ordenador”. Aquella mañana del día de Navidad del 2000 se puso en marcha la procesión de inicio del Jubileo, que partía de la Parroquia de Santiago y culminaba con la apertura de la Puerta Santa de la Catedral de Málaga.
Las navidades son tiempos de repaso y de pedirse cuentas a uno mismo. A nuestra provecta edad los años se suceden en un vuelo. Te parece imposible que haya pasado tanto tiempo desde que las vivías con tus abuelos y después con tus padres. Ahora resulta que las pasas con tus hijos y tus nietos.
A lo largo de los dos últimos años estoy inmerso en una nueva experiencia, lo que me está permitiendo conocer mejor el mundo de los jóvenes de hoy. Se trata de mi cuarta experiencia en las aulas. La primera la realicé en los años sesenta, la segunda en los setenta, la tercera en los dos mil y la actual, desde el 2023.
Precisamente, hoy tengo que pasar un examen de Paleografía en la UMA. Una asignatura que te enseña a “estudiar las escrituras antiguas y cuyo conocimiento te permite la lectura de documentos de distintas épocas y escrituras diversas”. En mi caso he tenido que abordar escritos realizados sobre distintos soportes y redactados en escritura romana, precarolina y carolina, entre otras.
Estamos acostumbrados a ver en los medios cómo cada uno de los días del año se considera como “el día de”. Se celebran las colectividades y celebraciones más insospechadas. Se supone que a “alguien” le parece que hay que reivindicarlas. No soy muy amante de realizar algunas celebraciones a plazo fijo. Me parece que cualquier día es bueno para alegrarse. Aunque nos parezca difícil, siempre podemos encontrar un resquicio en nuestra vida para sentirnos felices.
En la casa de mis padres se hablaba poco o nada de política. Tan solo mi madre se decantaba por una actitud claramente monárquica. En mi propio hogar no se habla de política. Como somos tantos, lógicamente tenemos unos criterios dispares, que nos cuidamos muy mucho de manifestar. Personalmente, cada vez mantengo menos certezas y tan solo me centro en analizar las personas y sus hechos, en lugar de discutir sus ideas.
Los españoles gozamos de una gran devoción por la Inmaculada Concepción, reconocida como tal por el dogma de 1854, que fue proclamado por el papa Pío IX. Asimismo fue declarada patrona de España desde el siglo XVII. En mi familia se trata de un día muy especial.
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