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Víctor Grave
Soy natural de Barcelona. Durante veinticinco años, mi actividad profesional se desarrolla en posiciones comerciales en el mercado de bienes de consumo en entorno multinacional. Mi interés por el "hecho social" me llevó a participar en formaciones de ámbito político a través de sectoriales orgánicas y comisiones de trabajo vinculadas a la solidaridad y desarrollo. Creo en el periodismo ciudadano como herramienta de cambio y palanca clave para el debate social. Consciente de la importancia que representa la formación a lo largo de la vida, curso Sociología en la UNED. |
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De un tiempo a esta parte hemos naturalizado secuencias de un estilo muy “kitsch” en diversos medios, donde primeros ediles de la comarca del barcelonés sucumben a la vanidad del mando al saberse equivocadamente únicos. Existen municipios con entornos sociales complejos, de conflictos vecinales enquistados donde algunos alcaldes procuran situarse en el lugar exacto de la controversia para encabezar el punitivismo y adquirir el ansiado heroísmo protagónico.
El paso de los siglos no parece ser tiempo suficiente para que la crédula fe de uno le traicione y envíe a su avatar de vuelta al metaverso ubicuo de señoritos, siervos y vasallos. Y se preguntarán ustedes, ¡semejante pleonasmo, para qué! Verán, no hará mucho tiempo me encontraba entre documentos, emails y memorandos cuando uno de ellos me llamó especialmente la atención.
En el ámbito de lo consuntivo la elección de compra, para los <marketers> : “el momento de la verdad”, se presume a mi juicio del resultado de internarse en la revelación del episteme social y fenomenológico, y nunca por la necesidad recurrente de “emergencias productivas” que, por otro lado, y en la mayoría de casos, siempre vienen acompañadas de una impertinente divisa evangelizadora.
El enunciado me asalta en forma de epifanía reveladora anticipándose como una expresión más de la ductilidad cognitiva de todo un rubro generacional. A principios del S. XXI el conocimiento lo adquirimos de forma sorpresiva o atropellada y cuando no era así, la socorrida fuerza de la sinrazón o la fe tomaban el control absoluto.
No es casual que el hecho de servir en mesa haya adquirido un cierto halo de romanticismo. En reservorios de bares con una ontogénesis más social y regentados por familias que siempre proveen, no serás tú quien por norma aporte el valor del servicio cargando una bandeja plastificada con los deleites de toda la prole.
¿Quién no ha experimentado la sensación de que el tiempo se detiene y la exaltación de esta vida perentoria se apacigua al abrazo de un “salón caoba” como bálsamo a lo inesperado? Un espacio donde el sabio relativismo de padres y abuelos, centinelas de un mundo real y nada cambiante, infunden la calma necesaria para todos los suyos.
El enunciado se abre a una primera consideración: ver la empatía como una cualidad exigible en los demás o tan solo algo deseable. Hasta donde sabemos, la ciencia conductual nos advierte de que no es una virtud consagrada a la condición humana, sino que es una capacidad emocional aprendida mediante refuerzo y modelado. Resultaría lógico, pues, pensar que algunos intentos de empatía en ocasiones se dedujeran como prescindibles e incluso hasta inoportunos.
Ahora, ‘destilados sin alcohol’ (!) whiskys, ginebras y vodkas. Toca desandar lo poco que hemos avanzado en lo que representa a una de las mayores lacras de la salud pública en este país. Convendría preguntarse respecto a la opinión pública de expertos en cuanto al riesgo que representa para todos enmascarar los límites.
De la alta amoralidad política: “Parece que hay una respuesta fácil al problema implícito en este tópico. Cuando se pregunta si los políticos tienen que ser honestos probablemente se responderá: “¡en principio sí!”. Las dificultades surgen cuando la pregunta se plantea en términos más precisos.
La pretensión calculada de influir en la opinión pública no siempre va acompañada de connotaciones negativas. Todo lo contrario. Imaginemos las campañas de sensibilización en seguridad vial o las relativas al ámbito de la salud y la extrema importancia que tienen para ellas lograr la atención del observador a través de una estudiada ‘pregnancia’.
Antes de abordar el conocimiento del objeto, permítanme que me retrotraiga a uno de los ejemplos más extravagantes que recuerdo de la política local catalana. En el año 2007, Ariel Santamaría, también conocido por el “Elvis de Reus”, encabezó la lista de su propio partido: ‘la Coordinadora Reusenca Independent’ en las elecciones municipales de Reus. Obtuvo 1831 votos, un escaño y su firme promesa de plantar marihuana en los parques, construir un “follódromo público”.
Parece ser que ahora toca subvertir el orden natural de la progenie burguesa de ciertas ciudades en un intento de democratizar el movimiento ‘okupa’ más allá de las fronteras propias de demarcaciones que hasta ahora habían permanecido alejadas de una realidad incómoda e impropia para su ralea. En adelante, actos sociales como ir a comprar el pan o el periódico de los Domingos, podrían verse alterados.
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