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Víctor Grave
Soy natural de Barcelona. Durante veinticinco años, mi actividad profesional se desarrolla en posiciones comerciales en el mercado de bienes de consumo en entorno multinacional. Mi interés por el "hecho social" me llevó a participar en formaciones de ámbito político a través de sectoriales orgánicas y comisiones de trabajo vinculadas a la solidaridad y desarrollo. Creo en el periodismo ciudadano como herramienta de cambio y palanca clave para el debate social. Consciente de la importancia que representa la formación a lo largo de la vida, curso Sociología en la UNED. |
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En una cultura ética repleta de principios atávicos no superados pareciera que la reprobación moral de la familia no venciese la idea de otredad al entender la primera como un espacio colonizado y externo a cualquier realidad por escatológica que resultase. El tacticismo político usa de forma sombría este tipo de herencias sociales para definir las fronteras entre lo posible y no posible.
La ciudad de Barcelona, en favor de una transformación fantasiosa de sí misma, siempre bajo el paraguas efectista de la ‘sostenibilidad ambiental’, como socorrida coartada ejemplificada en su más que evidente y disruptiva conversión urbanística, se le adivina en su resultado final el poco o nulo interés por conectar con las necesidades vitales de una gran mayoría y en aquellos planeamientos al servicio de las personas.
Duele el dolor, aunque duele más la injusticia que le rodea. Es lo que entendí de las palabras de Rosa Mª Sarda en su relato de vida. Una entrevista donde explicaba la realidad social de un pasado en el que perdió a su hermano por la pandemia del sida. Por un momento, recordé aquella facilidad colérica para culpabilizar al resto en clara atribución a un egoísmo psicológico, toda vez, que nos acercábamos a la mayor osadía de nuestro tiempo: la ignorancia.
De un tiempo a esta parte me han sorprendido ciertos artículos, noticias y manifestaciones culturales en las que por encima de todo destaca la intención evidente de trasladar memoratísimos legados cargados de odio a una casualidad aparentemente ingenua de conversión moral a través de asociaciones laxas creadas 'ad hoc' para el acomodo de una política advenediza, cosa que nos deja, a más de uno, a la altura del betún.
Una vez más, he de confesar mi asombro y especial motivación por aquellos proyectos que caminan por los pasillos negados de otras vidas siempre con la firme voluntad de ayudarnos a entender otras realidades donde apenas entra la luz. Es el caso de las diferentes asociaciones y/o plataformas que coordinan diferentes perspectivas de la asistencia sexual (AS) para personas con discapacidad funcional.
¿Recuerdan la funda de asiento para el inodoro, suave y cálida, o la bolsa de agua caliente para la cama? Son el claro ejemplo de cómo la gélida pobreza de este país ha contribuido activamente durante más de cuarenta años al desarrollo de un particular I+D dirigido a paliar las necesidades más perentorias.
Los hombres y mujeres que luchan por manifestar al mundo la invisibilidad heredada de una gran minoría logran reforzar la dignidad del resto, haciendo que la injusticia que encarnamos resulte más asumible para la conciencia colectiva. “Mirar y no ver” se ha convertido en una doctrina universal en ocasiones disfrazada de falsa solidaridad, cargada de populismo cobarde e interesado.
Al adentrarme en el neologismo de: 'la cultura de la cancelación' me percaté de que su significado me era familiar en tanto que elemento primigenio y objeto de observación. Por un momento, recordé el bar Cáceres y a sus clientes renuentes que descansaban plácidamente en los taburetes que, por aquel entonces, permanecían anclados al suelo.
Recuerdo, en un cónclave socialista, oír de un destacado político del municipalismo catalán, la siguiente afirmación: 'las fábricas de hoy son los hoteles'. En este interludio estival me ví inmerso en la experiencia de la ilimitación capitalista del sector turístico hotelero que por momentos me arrastró a la malograda vida de Charlie Chaplin en la película "Tiempos modernos".
En otros estamentos parecería imposible normalizar según qué tipo de situaciones por sus efectos precarizantes e indolencia. Las mismas que sufren a diario este colectivo de profesionales, que por desgracia, se deducen en otros de mayor infortunio. Evitaré el juicio pericial, que aquí no corresponde, del recurso técnico objeto de opinión y las circunstancias propiciatorias que han de concurrir para su correcta adecuación a las normas que regulan su uso.
No es cuestión de alcanzar estadios de <cenobita>, respecto a si reeditar o no, el Arca de Noé, que por cierto, tan generosamente simboliza en su sentido más bíblico la ciudad de Barcelona. Todo lo contrario, es algo completamente profano, que no trasciende más allá de la lógica y las consecuencias previsibles de la inacción de un gobierno municipal ante una situación que ya roza el hartazgo ciudadano.
Ni el ágora más cualificada podría justificar tal destino en una persona, ni siquiera, con la ayuda de la iatrogenia institucional más empecinada. Algo tan difícil como asumir el esfuerzo de superar la primera pantalla de la pobreza alimentaria, y llegado el caso, aterrizar en una segunda, donde el esfuerzo exigido es pagar de media 1450€ (según empresa médica) por una pieza dental.
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