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Si acaso tratamos de asimilar nuestro aterrizaje en el mundo, ha de destacar a la fuerza el carácter menesteroso del hallazgo; ni sabemos de dónde, ni a donde, ni el porqué. Por lo tanto, es lógico que vayamos a remolque de cuantas impresiones percibimos, en un contraste sucesivo con la chispa interior de entrañables condiciones.
Las aulas, como los foros, siempre han sido lugares de confrontación sana de las diversas ideas que, por pura normalidad cívica, circulan de la mano de la ciudadanía. Los insultos y desprecios son signos de superioridad estúpida. La verdad tiene tantas formas como genes llevamos los hombres, por eso nunca es aceptable querer convencerse de que los míos, jamás elegidos, son mejores que los de los demás.
¿Qué esconde el poder, capaz de “pisar triunfalmente”, la alfombra de la indiferencia, el camino del populismo pagado y los más serio, las conciencias de cientos de personas insensibles a sus propios criterios, convertidos en “muertos vivientes”?
La vida es un permanente sumatorio de latidos armónicos, que requieren de un hermanamiento inagotable; de ahí, la necesidad de conjugar la amistad entre los pueblos y de activar los vínculos de la concordia entre sí. La rivalidad no tiene sentido, como tampoco lo tiene la desunión, el individualismo y la indiferencia, que genera aislamiento y mil formas excluyentes. La realidad es la que es y nos llama a cohabitar auténticamente.
Se trata de un largometraje de Icíar Bollain estrenado en el año 2021 y que obtuvo tres premios Goya en la edición de esa temporada. No voy a entrar en la calidad de la interpretación -que la tiene-, especialmente la de la protagonista Blanca Portillo y la de Urko Olazábal, -aunque el papel de Luis Tosar me ha parecido menos redondo-, sino en el mensaje que contiene.
¿Cómo ha sido posible que en los cuatro últimos años se hayan producido consecuencias tan destructivas? Vivimos en una época de avances científicos sin precedentes que nos hacen pensar que somos dioses. El cientifismo nos hace creer que podemos solucionar todos los problemas que se nos planean. La verdad es que se agravan y se añaden de nuevos que empeoran la situación.
El inicio de la pubertad es, igualmente, el inicio de nuestro yo personal y social. Seremos lo que nos propongamos y con inteligencia desarrollemos; todo ello bajo el entorno de las normas de convivencia.
Recuerdo las primeras normas de conducción que, allá por los años 60, procuraban enseñar a los alumnos. Primera: el coche tiene tres ojos, los retrovisores. Deben estar siempre limpios y equilibrados. Segunda: Ante un cruce o rotonda, toda duda o equivocación se resuelve manteniendo la misma dirección. Se debe evitar toda maniobra brusca. Tercera: en tráfico no existe la cortesía. Siempre se debe anteponer la norma.
Los celos son un demonio, un dragón, una verdadera pesadilla, pero no solo para el celoso, también para la persona que los recibe, que termina viéndose examinada, oprimida, acorralada y finalmente herida. La persona celosa se convierte en un sabueso que todo el día busca evidencias y jamás llega a sentirse realmente relajada.
En los tiempos actuales me quedo con la lúcida sensación del intelecto; puesto que, tan significativo como rebajarse para sentir la verdadera grandeza, despojados de los deleites y los vicios mundanos, es bajarse del motor de la cotidianidad para despertar el sentido estético y contemplativo, que es lo que verdaderamente nos pone en sano movimiento, con su providencial abecedario de asombros.
Los moradores de este mundo tenemos que cohabitar unidos, hacer las paces entre sí y con la naturaleza, sentirnos familia para poder coaligarnos con ese orbe natural del que constituimos cuota, porque si no lo hacemos, nunca reencontraremos sosiego internamente. Quizás tengamos que unificar criterios, juntar latidos, crear espacios donde poder sentirnos acogidos, amados, reconciliados y alentados a vivir en comunidad.
No hemos aprendido aún a convivir, a pesar de tantas historias de guerras y contiendas sufridas como linaje, nos falla la mano tendida para entendernos y un espíritu acogedor que integre y no divida. Estamos más solos que nunca, a pesar de la cercanía de un mundo global, que se ha empedrado de odio y venganza.
La soledad ejerce importantes influencias sobre los individuos. Una de las peores es de carácter trágico, se aproxima a la gente en sus momentos críticos y culmina con el final intransferible, la muerte. Hoy en día se practica con denuedo la soledad con talante cómico, porque en ella se alardea de no tomar nada en serio.
Los que hemos tenido la gran fortuna de disfrutar de una España próspera, democrática y respetuosa con los derechos y libertades de los ciudadanos desde el gran hito histórico de la transición, no podemos ocultar hoy un sentimiento de preocupación e incluso de temor ante los vientos revolucionarios que amenazan desmantelar el orden constitucional que ha cimentado una convivencia entre españoles que ha sido modelo para numerosas naciones del mundo.
Aunque algunos se empeñen en lo contrario, el año y medio que llevamos, ora acuartelados, ora en semi libertad, ora en libertad vigilada, -pero siempre un tanto “acongojados”-, ha conseguido recuperar en buena parte el sentido solidario, la amabilidad, lo mejor de cada uno de nosotros.
Si se quiere ser libre hay que independizarse de la máquina social que estructura y esclaviza las actividades individuales, sofocando la libertad personal. La sociedad actual, globalizada y automatizada, empapa lentamente todos los aspectos de la vida individual, los económicos, los intelectuales, los lúdicos, los afectivos, los laborales y los religiosos.
Después de las bodas por la Iglesia, civiles, por ritos exóticos, por poderes, playeras, etc., hemos podido descubrir una nueva modalidad: las bodas para poder cobrar exclusivas. Este es el caso del “paripé” perpetrado por una protagonista mediática de los dimes y diretes “pantojiles”, que se “casó” ante las cámaras a principios de octubre, con el decidido propósito de hacer caja.
Interesante concepto este por el que pasamos a diario sin darnos cuenta, o mucho peor despreciando sus repercusiones sobre la existencia particular y social. Accedemos a una playa, entramos en la oficina, llegamos al domicilio particular, deambulamos por plazas o avenidas; como meras piezas mecánicas o como entes pensantes sabedores del posible sentido de dichas acciones.
La actual generación de este mundo cambiante, deberá hacer memoria para tomar conciencia de los caminos recorridos por nuestros predecesores, y orientar sus pasos sin resentimiento hacia horizontes más libres y armónicos. Para conseguir este cambio de actitudes renovadoras, ya no sólo se exige esfuerzo y tesón por parte de todos los moradores del planeta, también se requiere otro espíritu más conciliador y clemente con el análogo.
A los que somos mayores, a los que vivimos gran parte del pasado siglo, nos sorprendía la presencia de “extranjeros” en nuestra incipiente Costa del Sol. Se trataba especialmente de turistas nórdicos en busca del maravilloso clima de nuestra tierra. Iban y venían.
Posteriormente, y dado el desarrollo de nuestro país, comenzaron a llegar emigrantes en busca de una mejor situación laboral y económica.
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