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Uno podría pensar que estamos en un país en el que rigiera aquella famosa y arcaica lengua estrafalaria e incomprensible conocida como de Babel, de la que nos habla la Biblia. En efecto, cada una de las tendencias políticas, tan numerosas en nuestra nación, parece empeñada en no entender lo que dicen las otras y que todos, al unísono, se expresan en un idioma incomprensible para el resto.
Cuando se entra en una espiral de descalificaciones masivas, de insultos personales o de intentos de vender como éxitos lo que no han sido sino fracasos y falta de entendimiento entre los que hasta ahora vienen siendo colaboradores, miembros y gestores de un gobierno de coalición, como es el caso del que tenemos en estos momentos en España, seguramente podríamos decir que se está en vísperas de que se produzca un colapso en lo que podríamos calificar de poder.
Este gobierno, que seguimos padeciendo, se caracteriza por la serie de chapuzas que vienen jalonando las diversas etapas por las que viene discurriendo. Cuando el TSJC, dentro de la legalidad y de la más estricta ortodoxia jurídica, decide que, en Cataluña, tanto su gobierno como las escuelas de toda la comunidad deben de ajustarse, como en cualquier otra parte del territorio nacional, a lo que queda diáfanamente explicitado en el artículo 3 de la Constitución Española.
Seguimos viviendo en un mundo imaginario en el que nada resulta importante y todo sigue una rutina que nos viene ocultando lo que se está cociendo, por debajo de esta aparente normalidad. No está, ciertamente, Europa en sus mejores momentos y algunos ya empezamos a pensar que aquella unidad férrea que mostrábamosentre todas las naciones europeas, a la iniciación de la guerra de Ucrania, empieza a tener sus primeros fallos.
Nos hemos encontrado con un editorial de director de La Vanguardia, señor Jordi Juan, conocido por sus simpatías hacia el separatismo, la defensa del gobierno del señor Sánchez, no porque sea el mejor, el más adecuado o, simplemente el que mejor gestiona una situación complicada, sino porque sabe que cualquier gobierno de la derecha impediría el avance de las aspiraciones independentistas que él defiende.
Por mucho que nos pudiéramos imaginar que era capaz de hacer, si se le permitía, esa ministra de Igualdad, un ministerio, como muchos de los otros, creado ad hoc para ella y para satisfacer las ansias de poder de los comunistas de Podemos, una señora, Irene Montero, de estas comunistas resabiadas e intransigentes que, a lo que pudiéramos calificar de pobreza intelectual, viene añadiendo una falta absoluta de sentimientos humanitarios.
Tenemos la desagradable sensación de que Europa está perdiendo la iniciativa en el caso de la invasión rusa de Ucrania. Demasiadas discrepancias, una evidente falta de previsión en cuanto a los efectos más directos de este enfrentamiento con los rusos, por lo que respecta a la dependencia, de una parte importante de la UE, del gas y el petróleo que vienen de la nación rusa.
Un gobierno de una nación tiene la obligación de mantener el cumplimiento de sus leyes, atacar cualquier forma de insurrección, defender a sus ciudadanos y sus derechos constitucionales, castigar a los culpables de delinquir y dar seguridad al pueblo de que el Estado de derecho se mantendrá en todos sus términos, para garantizar la supervivencia y unidad de la nación frente a posibles ataques de aquellos que intenten agredirla o perturbarla.
Puede resultar incómodo, insólito y tremendamente confuso para un católico poco practicante o, mejor dicho, con muchas dudas existenciales -que no sé si es exactamente lo mismo- el hecho de que la máxima autoridad de la iglesia católica, su pastor y dirigente, pueda, en determinadas ocasiones tener alguna salida que choca, se destaca o da la sensación de que la locomotora que dirige esta gran sociedad religiosa, con más de 2000 años de antigüedad, se haya salido de las vías.
Cada vez que pretendemos acercarnos a la gran política, aquella que de verdad tiene que ver con la democracia con mayúsculas, nos alejamos más de estas seudo versiones que, desde los distintos puntos de la política de izquierdas, de la falsa y destructiva interpretación de lo que debe ser un Estado de derecho, de los predicamentos de quienes se alimentan de rencores, viven para la venganza y se expresan como oráculos de las libertades.
Cuesta comprender que en España estemos entrando en una de estas discusiones absurdas, improcedentes, evidentemente interesadas, especialmente por los grupos separatistas que no parecen cejar en sus intentos de conseguir la desestabilización de la nación española y, en esta ocasión, valiéndose de una supuesta acción de espionaje por parte del Gobierno a determinados sujetos del independentismo catalán.
Cuando algunos pensábamos que ya era imposible caer más bajo, con estupor nos damos cuenta de que la capacidad del este gobierno, que encabeza el señor Pedro Sánchez, para la espeleología política no tiene límite, ni quien tenga la valentía de ponérselo.
Tenemos la idea de que hemos entrado en una nueva etapa en la que nuestra nación parece haber adjurado de muchas de sus tradiciones, de lo que han sido costumbres parlamentarias y de la importancia de algunas de sus instituciones más relevantes, que tomaron cuerpo, se entronizaron y fueron el leitmotiv de lo que se dio por denominar la España de la transición, fruto de la nueva Constitución, postfranquista, de 1978.
Es evidente que no hay, en este mundo revuelto en el que nos encontramos, temas de mayor enjundia, problemas de mayor trascendencia o injusticias más graves que aquellas de las que vienen lamentándose los separatistas catalanes. La guerra de Ucrania, pché, una simple futesa; la crisis energética, cosa de simplones; las consecuencias de la pandemia del Covid19, manías de hipocondríacos...
La cuota de incoherencias, quejas absurdas, peticiones insostenibles y demandas ilegales han convertido al separatismo catalán y vasco en una especie de pesadilla que no remite y que, gracias a que quienes nos están gobernando no se encuentran en condiciones de imponer el cumplimiento de las leyes, cuando no, para desgracia de todos los españoles, han sido los primeros en intentar ignorarlas o puentearlas, con el fin poco ético de arrimar el ascua a su sardina.
La habilidad de Pedro Sánchez para aprovechar el más mínimo resquicio, oportunidad, situación equívoca o posibilidad de ir recaudando dinero de los ciudadanos, no precisamente para dedicarlo a la sanidad o la educación, sino para otros destinos menos confesables, aunque para ello deba atornillar a impuestos al pueblo y, aún así, recurrir como si fuera maná del cielo, a incrementar la Deuda Pública y el déficit de las administraciones públicas.
Cuando a un personaje vulgar se le entrega algo de poder, la metamorfosis que experimenta está en razón directamente proporcional al grado de frustración, revanchismo político y desconocimiento de su propia incapacidad personal para ejercerlo.
Las hormigas, de la familia formicidae, son insectos himenópteros eusociales que, para muchas personas, constituyen una plaga molesta que suele invadir nuestras viviendas, en verano, donde siempre encuentran un lugar donde acomodarse para buscarse la vida en nuestras despensas y en los restos orgánicos o minerales de nuestras basuras.
De las elecciones francesas se pueden sacar conclusiones muy reveladoras respecto a algunos partidos de rancia raigambre en el panorama político europeo, que pueden servir de explicación a los nuevos aires que se respiran en la política de la UE. Una de ellas y no por ello la menos interesante, es el desplome de la izquierda socialista que ha obtenido su peor resultado de la historia.
Cuando se trata de defender a una persona, comunidad o país de una injusticia grave, no se puede amparar en trabas administrativas, en siglas políticas o en compromisos de organizaciones militares de tipo colectivo de defensa, excusas materiales o temores, más o menos fundados, pero que, en la mayoría de casos, lo que ocultan es la incapacidad de tomar decisiones que están por encima de cualquier otra consideración que no sea intentar reparar la injusticia perpetrada.
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