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Los discursos realizados en esta investidura seguramente han confundido a muchos españoles: todos resultaban convincentes hasta que el replicante de turno destruía tal impresión. Quizás operaba la sensación de que las palabras presentes no se correspondían con las gestiones pasadas. Otra cosa que sorprende es que se plantee un referéndum separatista y las cosas no se muevan un ápice.
Es posible que haya alguien que tenga una explicación razonable, medianamente creíble y lógicamente aceptable del comportamiento de este gobierno, en pleno estado de desconcierto, que dirige, si se puede entender así, el destino de esta nación.
El fracaso del intento de golpe de Estado en Cataluña del 1º de octubre del 2017 no fue, ni mucho menos, el darle finiquito a una situación larvada durante muchos años, mal llevada desde los sucesivos gobiernos de la nación y, evidentemente, menospreciada por los políticos españoles.
Hay personajes, personajillos y aprovechados que tienen sus momentos de gloria, pero que luego dejan de ser útiles y tienen que resignarse a seguir vegetando desde otros ámbitos menos lucidos, en lugares de acogida donde se les da un sitio para que puedan ganarse la vida ¡siguiendo en su tarea de coje pelotas de aquellos políticos a las órdenes de quienes sirvieron!
Los que hemos nacido en una isla sabemos que existen diferentes formas de ahogarse en el mar. Uno puede hacerlo si es arrastrado por una corriente marítima hacia alta mar; si sufre un calambre en aguas profundas; si le atrapa un tiburón o, y esta es la forma más absurda e imbécil de perder la vida si, sin saber nadar, se lanza al agua en plena tormenta con olas de siete u ocho metros, pensando que su instinto le sacará del apuro. Algo parecido es lo que está sucediendo en España.
El presidente del gobierno, señor Pedro Sánchez, se ve obligado a hacer equilibrios para contentar a separatistas catalanes y vascos; para contener las peticiones de las distintas facciones comunistas que están, a cara de perro, formando parte de su gobierno y, a la vez, y para él seguramente lo más importante, el mantenerse en el machito, léase poder.
Lo que está sucediendo en este país, y podríamos decir que en una gran parte del mundo al que seguimos llamando “civilizado”, a pesar de las pocas muestras que se están dando de que sea cierta esta cualidad; es que, de un tiempo a esta parte, han irrumpido con renovados bríos grupos de poder que han surgido, especialmente, de los regímenes comunistas de hispano-américa y, en concreto, de Venezuela, que nos vienen colonizando e intentando cambiar nuestro régimen de gobierno.
Es cierto que los separatistas catalanes cuentan con el apoyo incondicional del señor Pedro Sánchez, presidente del gobierno, pero la duración en el cargo que ostenta este señor tiene fecha de caducidad, unos meses más o menos, pero lo que es cierto es que existen muchas posibilidades de que, en los próximos comicios, tenga que ceder el bastón de mando a otras formaciones políticas que no van a transigir al chantaje continuo de los separatistas catalanes y vascos.
Nos hemos encontrado con un editorial de director de La Vanguardia, señor Jordi Juan, conocido por sus simpatías hacia el separatismo, la defensa del gobierno del señor Sánchez, no porque sea el mejor, el más adecuado o, simplemente el que mejor gestiona una situación complicada, sino porque sabe que cualquier gobierno de la derecha impediría el avance de las aspiraciones independentistas que él defiende.
El deshonor, los oprobios, las ignominias, afrentas, deshonras, bochornos, vergüenza ajena, están a la orden del día. Con este panorama es normal que en el extranjero nos tomen a chufla. ¿En qué cabeza cabe que un gobierno gobierne con las mismas personas que quieren destruirlo? Es tal la insensatez que es totalmente impensable en un país serio.
Un gobierno de una nación tiene la obligación de mantener el cumplimiento de sus leyes, atacar cualquier forma de insurrección, defender a sus ciudadanos y sus derechos constitucionales, castigar a los culpables de delinquir y dar seguridad al pueblo de que el Estado de derecho se mantendrá en todos sus términos, para garantizar la supervivencia y unidad de la nación frente a posibles ataques de aquellos que intenten agredirla o perturbarla.
La cuota de incoherencias, quejas absurdas, peticiones insostenibles y demandas ilegales han convertido al separatismo catalán y vasco en una especie de pesadilla que no remite y que, gracias a que quienes nos están gobernando no se encuentran en condiciones de imponer el cumplimiento de las leyes, cuando no, para desgracia de todos los españoles, han sido los primeros en intentar ignorarlas o puentearlas, con el fin poco ético de arrimar el ascua a su sardina.
Españoles, os invoco con el grito de guerra que lanzaban los almogávares, bravos entre los bravos, antes de entrar en batalla y que hicieron temblar el Imperio bizantino. Los fenicios llamaron a esta piel de toro en la quehabitamos con el nombre de Spania, que según conspicuos historiadores, significa tierra de conejos. Puede ser que en la época en la que ellos la conocieron estuviese habitada por muchas de estas pequeñas y asustadizas bestezuelas.
Resulta sorprendente, aleccionador y, desde todos los puntos de vista, sumamente preocupante el que esta parte de España, dotada de atributos naturales de gran belleza y de lugares idílicos, haya entrado, debido a la cerrazón de sus políticos, en una espiral de autocomplacencia, menosprecio de la nación española, sentimientos de rechazo y resentimientos con respeto al resto de la ciudadanía patria.
¿Viva Cataluña libre? Acaso no lo es. ¿Cuándo no lo ha sido? ¡Cuántos complejos atenazan al independentismo! ¿Cuándo no ha sido libre como lo es cualquier comunidad de España? ¿Acaso Cataluña no está en España? ¿De qué libertad hablan esos impresentables y cutres nacionalistas? Exceso de discurso cutre, hueco y con incontenida palabrería. El tal Aragonés no pasa holgado un curso de castellano ni con recomendación.
Como sigo siendo gran amigo de los refranes, y además poseo para consultar los tres tomos de esa gran obra titulada “Refranes y Paremias Grecolatinas”, cuyo autor es mi amigo el cordobés Rafael Martínez Segura, hoy quiero emplear uno que viene “al pelo” para ocuparme de Cataluña, esa región del nordeste de España que se encuentra al borde del abismo porque ellos, por acción u omisión, se lo han buscado. Se trata del refrán que dice así: “Quien mal anda, en mal acaba”.
Que el año 2021 ha sido un año gafe no creo que haya nadie que se atreva a desmentirlo. Empezamos mal, pero estamos terminando peor, sin que nos quede el recurso, manido y conformista, de aquellos que juegan a la lotería navideña y como sucede a este cronista, no han sacado ni el reintegro, de hacer aquel comentario conformista: “al menos tenemos salud”.
No es fácil poner orden en Cataluña y tampoco en España. Lo están intentando varias familias frente al supremacismo catalán; lo han intentado asociaciones y agrupaciones no catalanistas; no dejan de hacerlo los partidos constitucionalistas: unos más que otros, porque el Partido Popular se limita a hablar, pero no actúa. Del Gobierno mejor no hablar: su actitud es calificada de «despreciable ante el sufrimiento de miles de familias represaliadas en Cataluña».
En nuestra nación, España, hay algunos que parece que se han olvidado de que los españoles, los que formamos parte de esta nación multi centenaria, hemos ido de la mano durante muchos años, con nuestras diferencias, nuestras individualidades, nuestras propias costumbres y nuestras ideas que podemos defender gracias a nuestras cámaras de representación popular.
Hoy no puedo ser condescendiente con lo que pasa en Cataluña. Siempre que he escrito sobre esta región española he procurado hacerlo con la mayor ecuanimidad, a la vez que, con verdad y dureza, como suele ser mi costumbre. Hoy tengo que ser beligerante con unas gentes que no merecen el título de personas, porque son verdaderos animales.
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