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El precio del poder

Cuando la ambición supera a la dignidad
César Valdeolmillos
viernes, 13 de diciembre de 2024, 09:41 h (CET)

"El poder no corrompe, el miedo a perderlo sí" - John Steinbeck.


La frase pronunciada por Pedro Sánchez, "Voy a aguantar tres años y los que vienen después", dejó claro el objetivo de alguien cuyo proyecto es mantenerse en el poder por un largo tiempo indefinido. Desde sus primeros pasos en el PSOE, ha demostrado una capacidad insólita para maniobrar en los escenarios más complejos y controvertidos, sin que el coste político o ético parezca detenerlo, y mucho menos importarle.


El camino al poder: Presión y persistencia


Tras perder las últimas elecciones generales, su deslealtad con el resultado electoral quedó patente al ejercer sobre el Rey una presión insólita y, a mi juicio, improcedente, con el objetivo de ser el primero a quien le encargase la formación de Gobierno. Este intento buscaba subvertir el proceso lógico, según el cual corresponde al candidato ganador ser el primero en intentarlo. De este modo, Sánchez buscaba aprovechar el poder simbólico que implica el encargo del jefe del Estado para influir en los partidos políticos indecisos.


En lugar de aceptar un resultado que no le favorecía, Sánchez no dudó en recabar apoyos entre formaciones ideológicamente incompatibles y con intereses radicalmente opuestos, como Podemos y Juntos por Cataluña. Más aún: logró sumar el respaldo de fuerzas tan hostiles entre sí como Juntos por Cataluña e Izquierda Republicana, rivales históricos en el campo independentista catalán. Claro que todos tenían algo en común: su hostilidad declarada hacia España. Y además sabían que difícilmente se les podría volver a presentar una ocasión más propicia de tener a un Gobierno de España como rehén de sus propósitos.


El pacto con los herederos de ETA: La línea roja traspasada


Quizá el paso más controvertido fue traspasar una línea roja que parecía infranqueable: pactar con aquellos a quienes muchos consideran —sobre todo las víctimas— herederos políticos de quienes asesinaron a sus propios compañeros del PSOE durante los años más oscuros de la historia reciente de España. Este acto no solo provocó estupor, sino que demostró hasta qué punto Sánchez está dispuesto a sacrificar valores y principios históricos de su partido para garantizar su supervivencia política.


Para cualquiera dispuesto a pagar tan alto precio, el poder no parece ser un medio para servir al país, sino un fin en sí mismo. Su alianza con fuerzas cuyo único objetivo declarado es desmantelar el Estado español, refuerza la percepción de que su interés no está en engrandecer a la nación, sino en mantenerse al frente de ella, a cualquier precio y sin importar las consecuencias.


Las consecuencias de una ambición desmedida


La historia nos advierte sobre los peligros de seguir a líderes cuya única motivación es su ego, su orgullo y su soberbia. Estos personajes están dispuestos a hacer lo que sea necesario para lograr el propósito de su ambición, incluso si ello conlleva un precio devastador para el país y sus ciudadanos. Cuando el poder se convierte en un fin en sí mismo, los principios democráticos y el bienestar colectivo no tienen lugar. Y si no, que se lo pregunten a los damnificados por la DANA.


Un líder motivado por esta lógica actúa como un arquitecto de la desintegración social. Reinterpreta las leyes para ajustarlas a sus intereses, ignora las instituciones que no puede someter y deslegitima a los jueces que intentan aplicar la ley. En su afán por consolidar su dominio, busca controlar los medios de comunicación y las redes sociales, promoviendo un pensamiento único que anula la pluralidad y sofoca la disidencia.


El riesgo de la indiferencia ciudadana


La posibilidad de que Pedro Sánchez cumpla su promesa de "aguantar" no parece tan inverosímil. Su capacidad para tejer acuerdos insospechados, sortear escándalos y sobrevivir a crisis que habrían acabado con otros líderes lo convierte en un adversario formidable para cualquier alternativa política. Se vislumbra un futuro sumamente peligroso y preocupante: un sistema atrapado sine die en una dinámica corrupta, donde los intereses de unos pocos prevalecen sobre el bien común.


Si los ciudadanos no toman las riendas de su futuro, otros lo harán por ellos, y por lo que se percibe cada día, no precisamente en su beneficio. España no puede permitirse ser un peón en el tablero de ajedrez de quienes solo aspiran al poder por el poder. Es imperativo que los españoles tomen la iniciativa y exijan a los partidos de la oposición coherencia y una contundente acción para sacar al país del callejón sin salida en el que lo ha metido la ciega ambición de Pedro Sánchez.


El poder frente a la dignidad humana


Podrán intentar establecer un régimen autoritario mediante la represión de nuestras libertades, concentrando todo el poder en manos de un solo individuo. Podrán apoderarse de la Justicia para asentar la impunidad de sus fechorías. Podrán glorificar a un mediocre como líder, construyendo un culto a la personalidad que le asegure la obediencia masiva. Pero lo que ningún sistema político puede eliminar son las ideas, emociones y valores que hacen a las personas auténticamente humanas. Podrán empobrecernos y quitarnos todo lo material, pero jamás podrán despojarnos de nuestra libertad interior, de nuestra capacidad de pensar y, sobre todo, de nuestra dignidad.


España está ante una encrucijada histórica. Permitir que esta dinámica se perpetúe sería abdicar del deber cívico y aceptar que la política se convierta en una ciénaga donde todo vale con tal de permanecer en el poder. Porque como advertía George Orwell: "Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima: es cómplice".

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