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Dice la Wikipedia que un médico es: un profesional que practica la medicina y que intenta mantener y recuperar la salud mediante el estudio, el diagnóstico y el tratamiento de la enfermedad o lesión del paciente. Yo añadiría que un médico es algo más. A las pruebas me remito. Durante la fuerte pandemia que hemos padecido durante los pasados años (y lo que nos queda), han sido el sostén de nuestra sociedad.
Han transcurrido muchos años desde aquellos primeros días del verano de 1936 en los que mi madre recibió el título de maestra en aquella vieja escuela Normal de la Plaza de la Constitución. Los avatares de la vida la apartaron del magisterio hasta que muchos años después se reintegró a la docencia hasta que se jubiló.
Su imagen es más parecida a un hooligan del Arsenal o del Chelsea, que a la que se espera de su pasado como miembro de las fuerzas del orden británicas. A Clay le sienta muy bien España. Desde que se jubiló hace media docena de años ha duplicado su peso y su amor por España, el tinto, las ventas, restaurantes y bares que rodean nuestro “rincón” axárquico.
Puede ser que los árabes le pusieran este nombre a consecuencia del color rojo de sus tierras preñadas de óxido de hierro. Parece que intuían la presencia de los sucesivos incendios que sufría y sigue sufriendo. Es una parte de la serranía de Ronda batida por todos los vientos de la cercana costa, de poniente y de levante, incrementados por el terral que también se adueña de la zona.
Si alguna entidad, con capacidad para ello, realizara un estudio en profundidad sobre el pueblo español, se toparía con las características propias de una civilización mediterránea nacida de una mescolanza de culturas e influenciada por las peculiaridades recibidas de los distintos pueblos invasores que han calado profundamente en el lenguaje y la forma de ser de los españoles.
No es que se trate de un “cura trabucaire”, ni mucho menos. Lo que sucede es que Cacho nunca ha sido un sacerdote al uso. Le conozco desde hace más de cuarenta años y he trabajado estrechamente con él en diversas ocasiones. Le conocí en el Teléfono de la Esperanza y he seguido su trayectoria como párroco en el Ejido, como misionero en Méjico y finalmente, en su destino actual como responsable de una parroquia situada en los arrabales de Caracas, en Venezuela.
Mi admirado José Luís Garci dirigió en el año 1982 una extraordinaria película bajo ese título que recibió el Oscar al mejor film extranjero en aquella edición. Trata de la vuelta a las raíces de un premio Nobel español allá por los años ochenta del pasado siglo. Esta frase ha venido a mi mente con motivo de dos circunstancias que se han producido en mi entorno en estos días.
La naturaleza es sabia. Cuando llega este tiempo, la humanidad parece que se despereza después del letargo invernal y resurge con mucho brío. Es como si cada año el mundo se quitara de esa especie de pandemia cuyos síntomas son la oscuridad, el frío, la nieve y la lluvia. Los campos verdean y la gente se echa a las calles como si no hubiera un mañana.
A lo largo del resto del año durante cada temporada se van sucediendo los distintos avatares con una incidencia parecida. Hace frío en invierno, calor en verano, tiempo “raro” en otoño, nos llueve en Semana Santa, etc. Pero cuando llega el mes de mayo la cosa cambia. La gente tira las prendas de invierno, salen a la luz las camisetas y los bañadores, el cielo brilla con un azul intenso y lleno de una luz especial y todos miramos de nuevo hacia el mar y las playas.
Los españoles lo celebrábamos tradicionalmente el 8 de diciembre, el día de la Inmaculada, pero, a un presidente americano se le ocurrió trasladarla al mes de mayo. Nosotros, como siempre, a seguir lo que nos manden. Finalmente en España decidimos que se festejara el primer domingo de mayo, como culto a la maternidad, a fin de distinguirlo de la festividad religiosa de la Inmaculada Concepción. Y en esas estamos.
Según recogen los tratados correspondientes: La propiedad conmutativa consiste en que el orden de los términos no altera el resultado final. Se trata de una de las características más relevantes de operaciones básicas de la aritmética como la suma y la multiplicación. Una definición que me viene pintiparada para describir la agradable imagen que pude contemplar ayer en medio de una celebración a la que fui invitado.
A lo largo de esta semana hemos estado rememorando la Pasión y Muerte de Jesucristo. Han pasado veinte siglos desde entonces, pero cada año, cuando llega el primer domingo de luna llena de primavera, celebramos la Semana Santa, coincidiendo con la Pascua Judía.
Pertenezco a una generación que se tiraba horas y horas colgada del teléfono. A lo largo de la adolescencia y juventud, en la que estaban más restringidas nuestras salidas, las relaciones amorosas o, simplemente de amistad, tenían como soporte el “bendito” teléfono. Dada su inmediatez este había suplantado con gran ventaja a las comunicaciones epistolares.
Dicen que la historia la escriben los ganadores. Yo añadiría que, posteriormente, cuando pueden, la reescriben los perdedores. Estimo que ambas partes carecen de una visión objetiva. Sus protagonistas viven obcecados por un subjetivismo extremo y sus descendientes enturbian su conocimiento con las deformaciones transmitidas desde una visión parcial e interesada.
Aquellos que somos excesivamente meticulosos a la hora de digerir las trascendentes alteraciones que se producen a diario en el campo de la política, la economía o la sanidad, asistimos admirados a las frases lapidarias con las que algunos privilegiados dan una solución o, al menos, desechan de su mente, las diversas vicisitudes con las que nos encontramos a diario.
Los de mi generación éramos unos niños felices que jugábamos en las calles. No teníamos televisión y apenas unas pocas familias contaban con un armatoste que emitía discos dedicados y seriales radiofónicos constantemente. Tuvimos acceso a colegios donde se nos enseñaban todos los contenidos de la Enciclopedia Álvarez, el catecismo Ripalda y el libro de Urbanidad.
A lo largo de los últimos dos años la cosa empezó con el Covid, siguió con la Filomena, continuó con los incendios de Sierra Bermeja, hizo eclosión con el volcán de la Palma y ha rematado con la guerra en Ucrania. Menudo par de añitos. La buena noticia de hoy la baso en la tremenda capacidad de los seres humanos para afrontar las dificultades.
Pudimos participar de la celebración de un magno Vía-Crucis por las calles de Málaga. Los cristianos llevamos desde siempre realizando este acto de culto, en el que se recuerdan los momentos más importantes de la Pasión de Jesús desde la Oración en el Huerto hasta el Descendimiento del Señor. Todo ello a lo largo de catorce lecturas evangélicas denominadas Estaciones.
A lo largo de esta mañana de domingo hemos seguido recibiendo constantemente noticias de la terrible guerra que ha puesto en marcha el señor Putin de una forma unilateral. A todos nos ha recordado la invasión de Polonia por Hitler que dio comienzo a la segunda guerra mundial.
La eliminación o el simple desprecio de la familia tradicional, así como la abominación casi general por todo lo antiguo -por caduco y demodé-, han traído como consecuencia el olvido de la tradición casi por completo. Pertenecemos a unas generaciones de seres humanos que han vivido hasta hace anteayer una cultura judeo-cristiana. En un corto espacio de tiempo esta ha pasado a la historia.
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