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Cuando un presidente de gobierno cae en el infantilismo narcisista de intentar vender su imagen pública a través de una cursilería, tal como es la de hacerse protagonista de un documental en el que quiere dar la sensación de ser un personaje importante, un político de categoría o un ejemplo de lo que debería ser un mandatario de una nación como la española; lo único que se puede pensar de él es que está perdiendo el sentido común.
Como es habitual en los gobiernos de izquierdas, y en España no es distinto, el peor enemigo que tienen está en sus propias rencillas internas y en su afán de ostentar el poder por encima de lealtades, compromisos, alianzas y demás contratos y contingencias en los que están basados y con los que suelen pergeñarse estos gobiernos de coalición, que ya de por sí tienen como característica principal su inestabilidad y su fragilidad de origen.
Cuando llega un nuevo gobierno a un país lo lógico es que se espere que, aquellos defectos que se le achacan al anterior y que han sido causa de su caída sean los primeros en corregirse; al menos, que exista una verdadera intención de hacerlo.
El fracaso del intento de golpe de Estado en Cataluña del 1º de octubre del 2017 no fue, ni mucho menos, el darle finiquito a una situación larvada durante muchos años, mal llevada desde los sucesivos gobiernos de la nación y, evidentemente, menospreciada por los políticos españoles.
En la edad media, a los presuntos delincuentes se les tenían pocas o ningunas consideraciones a la hora de poder argumentar a favor de su inocencia. No solamente entre los esbirros del Tribunal de la Inquisición, sino incluso en la justicia ordinaria laica eran corrientes procedimientos que hoy causaría espanto, estupor y absoluto rechazo a cualquiera de nuestros tribunales penales.
En ocasiones el Destino se encarga de encauzar lo que fueron graves entuertos de los gobernantes. Pero son raras aquellas coyunturas en las que, a la vez, se produce la oportuna intervención de la rectificación adecuada coincidiendo con el tiempo en que ésta pueda producir mejores efectos.
Es evidente que nuestro presidente del gobierno, señor Pedro Sánchez, ha conseguido situar a la monarquía española en el lugar en el que le interesa tenerla. Y es, precisamente, por esto que no se aviene a complacer a sus socios de gobierno, que hace tiempo que están reclamando su supresión mediante sucesivas campañas en contra del Rey y de la institución monárquica.
Francia, fiel a su autosatisfacción y orgullo característicos, proporcionó a Europa uno de los personajes más autosuficientes de la Historia. Luis XIV, el llamado Rey Sol, a caballo entre los siglos XVII y XVIII fue un ejemplo de lo que representa el absolutismo para un país. El reunió en su persona todos los poderes del Estado.
Han sido años en los que la derecha ha tenido que soportar el estigma de ser corrupta. No es que no haya merecido el recibir el castigo por lo que, alguno de sus miembros notables, aprovechándose de sus cargos ha conseguido para sí o para el propio partido por métodos ilegales o por medio de contactos poco recomendables que, finalmente fueron denunciados por quienes, naturalmente, estaban interesados en que aflorasen al conocimiento público para el descrédito del PP.
Uno, que fue testigo de primera mano del nacimiento de CC.OO en la localidad catalana de Cornellá del Llobregat, no puede menos de preguntarse qué es lo que se hizo de aquellos pioneros comunistas, que fueron capaces de poner en peligro toda la industria del bajo Llobregat actuando bajo el patrocinio de un jesuita, el padre Nieto, cuando el régimen del general Franco, debido a su deficiente estado de salud, empezaba a tambalearse (1976).
Durero fue quien, en sus magníficos grabados, dejó representado lo que, en la Biblia, se profetizaba sobre lo que sería el fin del mundo y los acontecimientos que lo iban a preceder. Los cuatro caballos citados en ella tenían un color distinto y sus jinetes representaban los terribles sucesos que tendrían lugar en aquel catastrófico final.
Recuerdo con verdadero placer aquellas lecturas de mi juventud en las que devoraba cualquier cosa que se me pusiera delante, sin fijarme demasiado en las enseñanzas que pudiera sacar de ello, buscando el entretenimiento, el disfrute y especialmente un contenido que fuera capaz de abstraerme de cualquier otra cosa que no fuera el desenlace del relato en el que estaba enfrascado.
Hay personajes, personajillos y aprovechados que tienen sus momentos de gloria, pero que luego dejan de ser útiles y tienen que resignarse a seguir vegetando desde otros ámbitos menos lucidos, en lugares de acogida donde se les da un sitio para que puedan ganarse la vida ¡siguiendo en su tarea de coje pelotas de aquellos políticos a las órdenes de quienes sirvieron!
Todo estaba calculado al milímetro, el escenario perfectamente dispuesto y el trabajo de los tramoyistas, incluidos figurones y palmeros, estudiado hasta el más mínimo detalle. No en vano se trataba de poner en solfa lo que, para el señor Pedro Sánchez, constituía su respuesta al gran fracaso socialista de la comunidad andaluza.
Los que hemos nacido en una isla sabemos que existen diferentes formas de ahogarse en el mar. Uno puede hacerlo si es arrastrado por una corriente marítima hacia alta mar; si sufre un calambre en aguas profundas; si le atrapa un tiburón o, y esta es la forma más absurda e imbécil de perder la vida si, sin saber nadar, se lanza al agua en plena tormenta con olas de siete u ocho metros, pensando que su instinto le sacará del apuro. Algo parecido es lo que está sucediendo en España.
El presidente del gobierno, señor Pedro Sánchez, se ve obligado a hacer equilibrios para contentar a separatistas catalanes y vascos; para contener las peticiones de las distintas facciones comunistas que están, a cara de perro, formando parte de su gobierno y, a la vez, y para él seguramente lo más importante, el mantenerse en el machito, léase poder.
Lo que está sucediendo en este país, y podríamos decir que en una gran parte del mundo al que seguimos llamando “civilizado”, a pesar de las pocas muestras que se están dando de que sea cierta esta cualidad; es que, de un tiempo a esta parte, han irrumpido con renovados bríos grupos de poder que han surgido, especialmente, de los regímenes comunistas de hispano-américa y, en concreto, de Venezuela, que nos vienen colonizando e intentando cambiar nuestro régimen de gobierno.
Se dice de bien nacidos el reconocer el mérito de quienes, ordinariamente, son objeto de nuestras críticas. No quiero ser menos y, en esta ocasión, le vamos a reconocer a nuestro presidente del gobierno, Pedro Sánchez, el mérito de haber organizado la reunión de los representantes de la OTAN de una manera digna, eficiente, favorable al prestigio de nuestra nación.
Quien la sigue la consigue y es evidente que, nuestro presidente del Gobierno, lleva años intentando que el señor Biden le escuche, aunque se solamente por un rato. Después de las humillaciones que ha recibido del resto de naciones importantes de la UE, al ser excluido de los últimos encuentros entre los miembros principales de la comunidad europea y de los EE.UU, necesitaba como agua de mayo que alguien, aunque fuera protocolariamente, le escuchase.
A los que los años ya empiezan a suponer una carga complicada y limitativa de muchas de nuestras facultades, deberemos reconocer que, cada día que pasa, nos cuesta más entender el radical cambio que la sociedad, en general, no sólo en España, que quizá es donde mas cercano se nos presenta el cambio, sino en todo el resto del planeta, de unos años a esta parte, está experimentando en cuanto a los valores tradicionales.
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