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La vida es un manantial incesante de novedades, no cabe imaginar su detención. Desde la espontaneidad de un solo sujeto a la amplitud del entorno, el flujo de las nuevas impresiones es muy caudaloso; la vorágine de ese movimiento se convierte en elemento esencial. Junto al peso de la enorme carga del misterio subyacente, perfilan las características de la existencia.
Algo debe de tener la serpiente, por arrastrada, sigilosa o amenazante, para servir de icono en mil representaciones históricas, en las cuales fue utilizada reiteradamente. Desde sus menciones bíblicas a las experiencias mesoamericanas o en multitud de evocaciones literarias, sirvió de imagen ilustrativa.
En efecto, la fragmentación es una de las importantes realidades imperantes en este mundo. Pronto detectamos la contrapartida, la paradójica presencia real de múltiples conglomerados unitarios. Tediosa pugna entre lo que tiende a la separación y las atracciones unitarias; inmersos en ellas, aparecemos los elementos humanos, a la vez sometidos por ellas e impulsores de su tensión. Con una justificación primordial constitutiva, somos parte de dicho engranaje.
Suele decirse de quienes visitan ciudades como Florencia con sus abundantes maravillas artísticas, también de los situados ante paisajes inigualables, quedan ATÓNITOS ante los esplendores percibidos. Es una manera de sentirse abrumados por la intensidad de dichos estímulos, nos deslumbran y saturan las capacidades receptivas.
Cuando acumulamos expectativas es frecuente que nos asedien las frustraciones, con ese sino tan reiterativo de inclinar progresivamente la balanza hacia las insatisfacciones. Aunque todos disponemos de momentos mágicos determinados para abstraernos de los sucesivos lamentos; para centrarnos en alguno de los espectáculos que se nos presentan por delante.
Una de las características modelada por el ángulo es su apertura, sus lados delimitan el grado de su amplitud con el fondo ilimitado. Al hablar de mirar las cosas, está clara la importancia de la dirección establecida y nuestra capacidad de colocarle obstáculos, somos agentes activos. En el diseño de los automóviles aparecen las zonas invisibles para el conductor, ángulos muertos.
Las numerosas incógnitas nos abruman desde las primeras edades, con los años parecen incrementarse, las cosas se complican. Nos centramos en las inquietudes personales, apenas tenemos arrestos para enfrentarnos a los desarreglos colectivos. Hemos de funcionar con todos los recursos disponibles, los naturales y cuantas aportaciones se produjeron en las sucesivas generaciones.
Ansiamos saber de todo, y en cierto modo es natural, porque de cada cosa apenas sabemos nada; montamos los andamiajes para funcionar en los quehaceres diarios a base arreglos esporádicos. En algunos casos, hasta nos dejan boquiabiertos esas soluciones momentáneas. Estamos enraizados en una curiosa madeja de difícil enjuiciamiento global.
La referencia de hoy rastrea los matices creadores de aires enigmáticos y asombros incesantes. Desprovistos de guías protocolarias, la incertidumbre de los razonamientos multiplica las posibilidades interpretativas. El dinamismo de los procedimientos configura la imagen de cuanto acontece; cabe la posibilidad de quedarse absorto en la contemplación de las estrellas en el firmamento oscuro.
Al prestar atención a cuanto se dice por ahí, es llamativa una contraposición que saca a relucir muchas deficiencias subyacentes. Me refiero a esa rotundidad que intenta suplir la falta de buenos argumentos, como si el tono de los pronunciamientos realzara la consistencia de las propuestas.
Por regla general, recorremos unos trayectos curiosos en las diferentes edades y situaciones. Los matices abundan, con rasgos de intensidad desiguales, sin que los ritmos comunitarios o personales se mantengan inmutables; con numerosas modificaciones en cuanto a las metas proyectadas.
En la maravillosa diversidad que nos constituye, hemos de añadir el conglomerado de los sentires y actuaciones de los humanos. Si esto nos provoca algún incordio por desaveniencias, convendremos en su oportunidad; quién sabe a dónde nos conduciría el aburrimiento con su aplanamiento progresivo.
Hablar es fácil, hacerlo con algo de sustancia es algo más complicado. No digamos, si pretendemos catalogar la realidad, lo virtual, ficciones, o las peculiares perspectivas de los individuos. Al intentarlo, penetramos en sectores resbaladizos, donde la precisión de las definiciones se derrite al menor contacto. La espontaneidad se dispersa sin control.
Las especulaciones del pensamiento, sean de gente común o de egregios pensadores, cotizan a la baja frente a los requerimientos prácticos; generan una serie de abstracciones teóricas, difíciles de amoldar en la encarnadura de lo que son el ser humano concreto, el individuo, y el sujeto colectivo.
En la vida, los aires soplan revueltos, se notan desde todos los ángulos, y cuando no se notan, ni se sabe de sus derroteros ocultos. Por eso, las explicaciones solicitadas en cada evento suenan a componendas de poca consistencia. Y en esto viene el primer trazo del comentario de hoy. Si algo destaca de manera habitual es la notoria incapacidad de decir lo que no se sabe.
Con unas dimensiones variables, cada persona deja su impronta con un sinfín de peculiaridades, de matices recónditos en muchas de sus actuaciones; pero con los suficientes indicadores como para hablar del sello particular de su presencia. La consideración de como se perciba entre el entramado de observaciones es asunto distinto.
Quizá sean pertinentes algunas consideraciones en torno al significado inicial dado por los griegos a la palabra idiota. Aplicada a los sujetos que por alguna motivación se apartaban de la vida pública. Se convertían en elementos inútiles para su organización política. Y de esa inutilidad derivan los posteriores atributos despectivos referidos a esa palabra, apuntan a la nulidad de su inteligencia.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
Somos muy complicados. Y más que complicados, enrevesados, cosa bien diferente. Estar constituidos por innumerables elementos nos imbuye de unas características complejas, se añaden la consideración de múltiples cruces en ese conjunto de elementos, sólo conocidos hasta cierto punto.
Si algo nos va quedando claro, es la enorme complicación de la cual formamos parte activa. El cielo nos plantea retos de altura si queremos ser consecuentes y la materia resulta muy superficial, la mayor parte es indetectable en el Universo como materia oscura. Las energías y las condensaciones nos traen de cabeza, hasta el punto de que avanzamos sin avanzar, de ver sin ver, o muchas situaciones similares.
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