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Todos vamos a morir, tarde o temprano, ¿qué novedad, verdad? Aunque parezca una afirmación obvia, la mayoría de los mortales vivimos haciendo todo lo posible por esquivar dicho suceso por varios motivos. Pues bien, hoy reflexionaremos sobre la finitud como aspecto constitutivo de una vida plagada de posibilidades y cuya única imposibilidad de todas ellas, es la muerte.
Siendo conscientes, y respetuosos, de las leyes de la física y sus derivados químicos y biológicos, ya que además determinan nuestra existencia y nuestra práctica, ¿podemos ignorar alocadamente las leyes del materialismo histórico que condicionan nuestra vida social como miembros de una clase social en una formación social concreta?
Ser buen ciudadano significa que seamos virtuosos guardianes de todo lo que nos circunda y tiene vida, comenzando por nosotros mismos en la ayuda. Sin embargo, cuando se desgarra este afán y desvelo, suele producirse un cambio de aires verdaderamente deshumanizador e inhumano.
Ínsulas, islas, penínsulas y continentes. Por pedir, nos apuntamos a lo más grande, con inmensos contenidos e incluso perifollos incoherentes. No obstante, nos encontramos con frecuencia las decepciones más inesperadas, fallan muchas cosas entre tantas grandezas.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar en torno a un fenómeno que, aunque es menos visible que el analfabetismo absoluto, tiene profundas consecuencias para los individuos y la sociedad. El analfabetismo funcional podría definirse por la capacidad de saber leer y escribir, sin poder comprender o interpretar adecuadamente lo que se lee y se escribe.
La necesidad de una gobernabilidad global está ahí, esperando la conjunción de todos, tanto afectivamente como efectivamente, para ser capaces de entendernos y atendernos mutuamente; lo que requiere crear los consensos oportunos y tomar las decisiones políticas precisas, sobre todo en cuanto a las necesidades reales de la gente en materia de salud y educación.
Nos necesitamos unos a otros, máxime en un tiempo de perturbaciones constantes y de demoledores desastres, en parte avivados por los persistentes combates que han destruido innumerables medios de vida, sumiendo al mundo en una verdadera selva de inhumanidades.
Si por hablar fuera, estamos rodeados de desbordamientos por las desmesuradas intervenciones. No hay sector de las actividades humanas libre de las argumentaciones sin control en torno a la ética. Es utilizada como un estandarte testimonial. Su simple mención avala las conductas.
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un vicio que corrompe tanto al individuo como a la sociedad en general, a saber, la codicia entendida como un deseo incontrolado de acumular bienes materiales o poder a toda costa, destruyendo así la capacidad de disfrutar todo aquello que sea esencial en la vida.
Hoy más que nunca, tenemos que proclamar y propugnar la dignidad de la persona; puesto que no cesan de aparecer con fuerza una crisis profunda de los valores humanos, lo que requiere una más ferviente concienciación de las injusticias sembradas, con la imputación a los causantes de estos inhumanos atropellos, comenzando por las grandes potencias nucleares, que deben dejar de juguetear con el futuro de la humanidad.
En la sociedad actual, la importancia de la autoestima y el amor propio es un tema recurrente. Se habla de la necesidad de amarse a uno mismo para poder amar a los demás, una idea que encuentra eco en muchas teorías psicológicas y filosóficas modernas. Erich Fromm, en su obra, destacó el amor como la esencia de la vida y señaló cómo, a menudo, buscamos este amor fuera de nosotros mismos, ya sea en la religión, en grupos políticos, o incluso en comunidades deportivas.
Creo que, gradualmente, la desmemoria se impone a la memoria. No me refiero a la memoria histórica, o democrática, que constituye otra cuestión a tratar, así como otro debate, sino al recuerdo en general. Está más o menos contrastada, a través de variados experimentos psicosociales, la explicación de cómo alteramos la remembranza de los hechos vividos, pues nuestra evocación depende de cuestiones relacionadas con la percepción.
Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.
En la actualidad mucha gente que se cree importante bebe veneno en copas de oro. Hay países que primero entregan el yelmo, después el escudo, finalmente la espada. Acto seguido cogen la bayeta de fregar. Europa no ha comprendido que el tren del acierto pasa una vez y el del desastre constantemente.
Todos sabemos que en su esencia, la cobardía implica un miedo paralizante que impide abrirse a lo incierto, o a todo aquello que pueda provocar algún tipo de riesgo o incomodidad. Pues bien amigos, el amor o la posibilidad de amar se trata justamente de otorgar a otro el poder de destrozarnos y que no ejerza dicho poder.
Nos encarcelan nuestras propias miserias. Sin duda, tenemos que tomar la vida con otras luces, vestir con un estilo más auténtico y liberador, además de transitar con lenguajes más poéticos que mundanos, para poder discernir y no enterrarnos en las tinieblas. Con un horizonte que nos sustente existencialmente, mediante un sincero espíritu de diálogo y compromiso, podremos unir fuerzas entre análogos y caminar despojados de lamentos.
Se atribuye a Agustín de Hipona aquello de que “la Iglesia persigue por amor y los impíos, por crueldad”. Podría relacionarse tal afirmación con la doble moral o con lo que se ha dado en denominar ley del embudo, pues ambas se antojan óptimas para caracterizar la locución.
A qué consideramos lenguaje es una buena consideración inicial a la hora de situarnos en el mundo; comprende tanto la emisión de mensajes, como la captación de sus contenidos. Conviene distinguir en primer lugar la emisión de señales espontáneas sin intervención del acto voluntario; una especie de automatismo revelador de múltiples situaciones.
Nada permanece, todo pasa de un extremo a otro. Esto no indica que debamos huir del mundo; al contrario, tenemos que comprometernos más con él. Lo prioritario radica en llevar esperanza en vez de abatimiento, sobre todo a cuantos son vulnerables en los cambiantes destinos de una tierra injusta.
Aún tratándose de su versión más comentada, las estrategias militares no son la única expresión de estas técnicas del disimulo. Vivimos muy ligados a las diferentes formas de mostrarnos de manera equívoca, con toda clase de matices e intensidades. Si unas veces las desarrollamos con plena voluntariedad, son evidentes los encubrimientos que se manifiestan al margen de las intenciones del protagonista.
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