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A lo largo de estos días hemos oído hablar mucho de la meritocracia. Dice el diccionario que meritocracia es “Sistema de gobierno en el que el poder lo ejercen las personas que están más capacitadas según sus méritos”. ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Cuáles son los baremos que rigen para determinar la capacidad suficiente y necesaria para detentar el poder? Aquí surge el problema.
Hoy empieza el tiempo de Adviento. Un tiempo de preparación para la venida del niño Dios a nuestras vidas. Una situación más que suficiente para replantearte por donde andan esas dos premisas: la fe o la razón. Decía el Papa Juan Pablo II que “la fe y la razón son las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.
Aunque algunos se empeñen en lo contrario, el año y medio que llevamos, ora acuartelados, ora en semi libertad, ora en libertad vigilada, -pero siempre un tanto “acongojados”-, ha conseguido recuperar en buena parte el sentido solidario, la amabilidad, lo mejor de cada uno de nosotros.
Ya no sabemos a donde vamos a llegar, o que actitud debemos tomar, ante los constantes atentados a la lengua de Cervantes. Los españoles somos “o Juan… o Juanillo”. Nos estamos dejando invadir por la “modernidad” y nos parece que el castellano es un idioma de segunda división.
Como se cumplan todas las promesas del gobierno que estamos recibiendo en estos días, anunciándonos futuras rebajas, unidas al ahorro propio del horario de invierno, nos van a suministrar la energía gratis y encima, nos van a indemnizar por poner las lavadoras. Es broma. El recibo de la luz pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles.
Aquél que no haya vivido el proceso de redacción de una tesis, no puede imaginar la cantidad de esfuerzos y sacrificios que conlleva la presentación de la misma, desde el día en que se decide introducirse en el maravilloso –aunque proceloso- campo de la investigación universitaria.
A lo largo de los últimos cincuenta años una gran parte de mi vida se centró en el “la búsqueda del inicio del camino que te conduce al encuentro con la fe cristiana”. Como consecuencia de mi contacto con el mensaje de Jesús, en cuanto podía o me dejaban, me aprestaba a transmitir esos conocimientos a cuantos estimaba que prestaban cierta receptividad al mensaje.
Ayer asistí a una Primera Comunión. ¡A finales de septiembre! Es la segunda vez. El año pasado, en el otoño del 2020 también asistí a otra. Me resulta extraña la fecha, fuera de la tradicional primavera. Nos cuesta trabajo adaptarnos a la “nueva normalidad”, pendientes siempre de lo que determinen los políticos (el gran hermano) que controlan los tiempos, los espacios y las mascarillas.
Por primera vez en muchos años he pasado una semana sin redactar uno de mis “segmentos de plata”. Parece ser que he perdido la motivación o he caído en el síndrome del folio en blanco. La vida se ha convertido en una monótona especie de sucesión de hechos totalmente predecibles por su reiteración. Los terremotos son una nueva remesa de serpientes de verano que hoy se han elevado a la categoría de posibles “maremotos en el mar de Alborán”. Lo que nos faltaba. Algo nuevo en lo que pensar.
Como si no hubiera un mañana. Estamos aburridos de considerar las recomendaciones que a diario se nos transmiten por los expertos. Ya no sabemos a que carta quedarnos. Todas nos amenazan con problemas emanantes de la actual situación sanitaria, económica o política. Estamos en una situación evolutiva en la que el ser humano habrá llegado a la categoría de “homus a hacer puñetas”.
Mi buena noticia de hoy es que nada es absoluto. No solo existe lo blanco o lo negro. Que mejoramos suficientemente en la lucha contra la pandemia y que un montón de científicos se han devanado los sesos y han conseguido descubrir unas vacunas en un tiempo récord. Lo que ha salvado la vida de muchos de nosotros. Como siempre, son unos seres anónimos que no se ponen medallas. Las han acaparado todas los que salen en los telediarios.
A lo largo de mi vida he conocido a varios sacerdotes pertenecientes al clero castrense, especialmente durante mi paso por las Milicias Universitarias. Me consta que no se parecen en absoluto a esa especie de “cura trabucaire” al estilo del personaje de “La Vaquilla” de Berlanga. Realizan una labor de apoyo psicológico y espiritual a las tropas desplazadas en lugares no exentos de peligro, a lo largo y ancho del mundo. Me parece que lo hacen muy bien.
Desgraciadamente se están acabando los establecimientos comerciales clásicos. Los viejos comercios, de larga tradición familiar, con recios mostradores de madera, tras los que atentos dependientes que parecían plantados allí indefinidamente, nos ofrecían todo tipo de mercancías que mostraban en sus vitrinas, escaparates, estanterías y anaqueles.
No es que pretendiera que se creara una nueva profesión la de cura-ganadero. Se trataba de inculcar en los sacerdotes el acercamiento al rebaño con “sonrisa de padre”.
A lo largo de nuestras vidas no habíamos sentido una sensación de libertad semejante. Por primera vez en muchos meses nuestras familias nos han dejado disfrutar del “recreo”. El grupo de “puretas” que nos hicimos amigos a finales de los cincuenta, aquellos que nos reuníamos los primeros viernes de cada mes para comer juntos y disfrutar de un largo almuerzo lleno de emotividad, alegría y recuerdos, volvíamos a los buenos tiempos.
En la misma se celebra la llegada del Espíritu Santo a los miembros de la Iglesia, refugiados y asustados tras la Ascensión de Jesús de Nazaret. Si indagamos en los catecismos de nuestra infancia podemos conocer bastante mejor al Espíritu Santo.
La avalancha de “días de” que se suceden a lo largo del año, nos impide prestar atención a la importancia de muchos de ellos. No se crea la misma expectativa sobre la conmemoración del día internacional del atún –al que corresponde el 2 de mayo-, que la del día del Padre –que se celebra el 19 de marzo-.
Recuerdo como si hubiera sido ayer aquel decreto emitido a través de todos los medios de comunicación en el que se nos confinaba sine die. No nos imaginábamos entonces la repercusión que iba a tener en nuestras vidas esta “nueva normalidad” y el largo plazo de duración de la misma.
Hasta el último tercio del siglo XX no se le ocurrió a los padres y padrinos de entonces el ponerle los nombrecitos que se han puesto de moda y que, a veces, no sabemos si están llamando a un niño, un animal o un electrodoméstico. Pero ese es otro tema a debatir.
El pasado lunes pudimos ver en la 1ª de televisión, dentro del programa Master Chef, parte de las actividades del banco de alimentos de Madrid. A lo largo del mismo, mientras se preparaba y servía el menú a beneficiarios y voluntarios, se fueron explicando los diversos procesos seguidos por los bancos de alimentos a fin de atender a las entidades y familias con dificultades económicas.
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