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Si hay algo que me fascina de esto a lo que llamamos vida es, sin duda, la capacidad que tiene el destino de enredar las historias y desatar un cambio. Uno trata siempre de usar la razón, pero a menudo hay cosas que no se rigen por ese vanagloriado principio. A veces las cosas ocurren porque sí, y no hay más, y tampoco menos.
Todas las avalanchas comienzan con el pequeño movimiento de un diminuto fragmento de nieve, hielo o roca, el cual, en su caída, mueve a otros pequeños fragmentos similares a él y todos juntos rodando cada vez más rápido pueden derribar grandes obstáculos del camino que al caer pueden a su vez derrocar otros más grandes que al desprenderse agrietarán una ladera entera.
Cuando estudiabas un antiguo poblado, entendías si sus habitantes tenían intención de volver y si era un abandono pacífico o bien si se iban de una manera violenta tras una guerra o invasión, dejando todo destruido atrás. Invasiones ha habido toda la vida, y la avaricia económica en forma de conquista, colonia o «inversión» hacen que casi todo valga, en nombre del medio ambiente.
Como una plaga campan muchos políticos, ocupando todo el espacio y tiempo con su molesta presencia para lograr sus fines. La incertidumbre sobre la configuración de las instituciones después de unas elecciones y el más que posible descalabro futuro del bipartidismo no les dejan dormir.
Históricamente, desde las guerras del pan, que ahora se llaman “del hambre” gracias a nuestro oráculo instalado en Bruselas, hasta nuestros días, las crisis económicas, o sea, cuando el pueblo llano pasa más hambre de lo habitual mientras las élites exhiben su cómodo nivel de vida y mueven su patrimonio de paraíso a paraíso, una suerte de revolución popular debería forzar algunos cambios.
Da la impresión que la humildad en la política es un pecado para los cristianos, un error para los demás. Aquí siempre es quién la dice más fuerte, o quién hace más ruido para ser noticia y salir en los medios, y todo por un titular, por unos minutos en los telediarios e informativos. En esta olimpiada del “ego” la batalla por la medalla de oro, en nuestro país, está muy competida.
Dicen los viejos no tan viejos que hubo un tiempo en el que las actitudes de la gente eran coherentes con planteamientos ideológicos previos. Se seguían los mandatos político-sociales, fueran de derecha o izquierda, y eran un modelo que se aceptaba con sus normas y dogmas, pero también se arropaba bajo la seguridad de participar en un cierto orden común.
Cuando el 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamaba la «Declaración Universal de Derechos Humanos», lo hacía, o así reza en el principio del preámbulo de la misma, como un ideal común, en el que la libertad, la justicia y la paz en el mundo son la base del reconocimiento de la dignidad y de los derechos iguales de todos los miembros de la familia humana.
¿Qué nos pasa a todos? ¿Cómo podemos aceptar las desmesuras absurdas y letales, inhumanas, que afligen al mundo de hoy? Europa, pionera de la democracia y el humanismo que hemos tardado siglos de luchas y penalidades por construir, ¿está perdiendo el norte de los derechos humanos, la libertad, la equidad?
Cualquier estudio, investigación o informe que se haga para poner de manifiesto la existencia de un problema y proponer por ello medidas adecuadas para su resolución debe ser siempre bienvenido. Cuando ese informe se usa como arma arrojadiza sobre el mismo tejado de siempre, ya muy deteriorado por los continuos ataques a que viene siendo sometido durante muchos años y de manera muy significativa, eso ya no puede ser admitido.
¡Vaya hábito se perdió cuando se prohibió decir la verdad de las cosas! Hubiéramos avanzado más con una dosis de verdad, que con todos estos años de mentiras disueltas en la olla de la irresponsabilidad política. ¡Con lo fácil que hubiera sido decir que hasta aquí podemos llegar! Pero claro, eso no resulta muy atractivo y es mejor seguir generando expectativas desmedidas.
La debilidad de la democracia está en su propia esencia, pues defiende la libertad de pensamiento y de expresión del mismo como forma de establecer relaciones beneficiosas para la propia sociedad; más he aquí que, aquellos sujetos enemigos de la democracia, al amparo de los privilegios que le otorga esa libertad, la van dinamitando mediante la propia descalificación del sistema.
Pocas veces o ninguna como ahora ha estado tan dividido el espectro político en España. Si nos atenemos al principio de «divide y vencerás», esta fragmentación puede hacer que la situación se vuelva ingobernable por mucho tiempo, es decir, tras unas cuantas elecciones generales, y la razón de ello es que no se han sabido gestionar las mayorías suficientes.
Las razones obscenas, fundadas en valores corrompidos, destruyen la libertad, y aplauden y enaltecen a innumerables criminales, prevaricadores, insurgentes y mentecatos. España está borracha, y desde su Gobierno quiere transmitir una falsa y condenable alegría que nos llevará a la autodestrucción.
Libertad es una palabra que se oye a menudo en estos tiempos que corren. La libertad es ese derecho sagrado e insustituible que lamentablemente sólo algunos afortunados en el globo hemos podido gozar de él. Considero la libertad como un concepto grande, como una de esas palabras fundamentales en cualquier idioma por lo que representan.
Siempre he sido curioso. Está muy bien analizar el porqué de las cosas que cada día ocurren a nuestro alrededor, y ya desde que era un niño me preguntaba cómo es posible que un hombre pueda caminar sobre un cable, o que un barco navegue sin hundirse como si pesase lo mismo que el corcho de una botella de vino.
Atravesamos unos tiempos difíciles para el arte, que la mayoría de las veces se podrían llamar equívocos; y digo esto porque me parece que el gran público ignora el tema, y los críticos falsean el comentario de la obra de arte, dando la impresión de que no saben, o simplemente lo hacen para hacerse los interesantes.
Los acuerdos que adopta el odiado Gobierno sanchista con otros partidos políticos que también son españoles, al menos de momento, son refrendados siempre de forma satisfactoria (para ellos) por el CIS, y claro está que, aunque el CIS tenga unos resultados de sus encuestas que no aprueban las felonías de Sánchez, este irreverente CIS no puede decir otra cosa que no sea el dictamen que le llega del Jefe Supremo Sánchez.
A través del hilo conductor de la escritura a uno le llegan los ecos de su imaginario clarividente, porque como decía aquel: «no hace falta salir para respirar porque podemos hacerlo desde casa, leyendo, pensando, sintiendo y escribiendo». Llevo muchísimos años escuchado el latido de la escritura: «el escribir te inspira, y tú inspiras a las letras».
La mayoría de los dirigentes de Podemos surgieron de la misma Facultad, lo que implicó e implica ser un tufo de grupo de amigos que planificaron una plataforma a su medida. Seamos claros: un partido que eligió como primer logo la cara de su líder es preocupante, ya que de dictadores comunistas la gente ya está harta.
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