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Eran tiempos convulsos en los Estados Unidos en plena guerra del Vietnam ante unas masas enfervorecidas y bastante cabreadas por la situación en general y el trato a los miembros de la comunidad afroamericana en particular. El discurso planteaba los deseos del líder del movimiento en pro de los derechos civiles norteamericanos, basándose en una serie de sueños reivindicativos, especialmente referidos a la comunidad negra del país.
Estoy convencido de que algún colectivo se sentirá ofendido por este artículo así como por el uso del genérico. Como comprenderán, me refiero a personas, animales y cosas de ambos sexos. El fondo de la cuestión es que, a mi parecer, nos estamos pasando.
Ha caído en mis manos un delicioso librito con este título. Su autor es un viejo amigo mío, que ejerce su vocación de sacerdote en una parroquia malagueña. Es un gran poeta, teólogo, escritor y sobre todo cura, que une su extraordinaria capacidad intelectual con su sencillez para acercarse al Evangelio.
Según dicen los expertos, la palabra ángel significa “mensajero”. Es más, curiosamente la mayoría de las religiones, especialmente las monoteístas, consideran la presencia de los ángeles como intermediarios entre Dios y el resto de la humanidad.
Tenemos que saber distinguir perfectamente las dos principales motivaciones que hacen llegar a un país esa riada de foráneos. Se trata de los que vienen por diversión y los que vienen buscando un trabajo que les permita disfrutar de una vida mejor.
A lo largo de toda mi vida, afortunadamente, he tenido un escaso y casi nulo contacto con los señores jueces. Que yo recuerde he pasado por un juzgado solo una vez. Por un tema de tráfico. Posteriormente, hace años, conocí a un juez que pertenecía a uno de mis grupos de amigos. Pero le traté muy superficialmente.
A lo largo de la pasada semana nos han estado anunciando la posible caída de los restos de un cohete espacial chino sobre alguna zona de España. De hecho estuvo amenazado el tráfico durante unas horas en el espacio aéreo hispano. La buena noticia, que hemos conocido posteriormente, es que esos restos cayeron en el Pacífico Sur hace un par de días.
Hace la friolera de veintinueve años tuve la oportunidad de contribuir modestamente al nacimiento de una parroquia en un barrio humilde de la periferia de la ciudad. Se encontraba ubicada en unos bajos comerciales cedidos por el Ministerio de la Vivienda, ocupando una especie de tubo de aproximadamente cien metros cuadrados.
Siempre se ha dicho que existen tres niveles de mentiras: las mentirijillas, las mentiras gordas y las estadísticas. En ese orden. Yo añadiría un estadio superior: las encuestas. No es que obligatoriamente sean tramposas. Es que son muy manejables por aquellos que las preparan.
En un artículo que escribí hace una docena de años, me quejaba de la poca colaboración de las grandes cadenas de alimentación con los bancos de alimentos. En estos tiempos, gracias a Dios, esta circunstancia ha cambiado, para bien, extraordinariamente y la solidaridad de las grandes superficies es patente.
Llevo siguiendo esta historia desde hace muchos años. Conocí a su protagonista en una gran ciudad del sur de Francia en la que llevaba muchos años buscándose la vida. Como tantos otros malagueños de la posguerra, el protagonista de nuestra historia, tuvo que emigrar a Francia en aquellos años sesenta en los que el paro y la miseria proliferaban en Málaga y en el resto de España.
A lo largo de nuestra vida sufrimos hechos y situaciones que nos marcan para siempre. Especialmente aquellas que te suceden cuando aun no has alcanzado la plena madurez. A medida que van transcurriendo los años, el ser humano se va endureciendo y se superan con más entereza los acontecimientos negativos de la vida.
Se trata de un largometraje de Icíar Bollain estrenado en el año 2021 y que obtuvo tres premios Goya en la edición de esa temporada. No voy a entrar en la calidad de la interpretación -que la tiene-, especialmente la de la protagonista Blanca Portillo y la de Urko Olazábal, -aunque el papel de Luis Tosar me ha parecido menos redondo-, sino en el mensaje que contiene.
Los que hemos vivido en la antigua Malaca de los fenicios y de los romanos, estamos acostumbrados desde siempre a la presencia de turistas y foráneos por nuestras calles más céntricas. En nuestra infancia este periplo turístico se sustentaba en la calle Larios y alrededores y, como mucho, llegaba a “Antonio Martín”.
A lo largo de la historia, los jueces encargados de dirigir los partidos de futbol, han sido objeto de las iras de los hinchas enfebrecidos, que consideran que su equipo ha sido siempre desfavorecido con sus decisiones. Son insultados, reciben objetos arrojadizos y miles de veces han tenido que poner pies en polvorosa, para refugiarse en la caseta o huir de un pueblo escoltados por la guardia civil.
Hasta hace unos cuarenta años proliferaban los copos a lo largo de toda la costa malagueña. Desde la alborada, marengos de todas las edades se aprestaban a botar la barca, echar las redes y tirar de la tralla. Cada uno tenía su misión. Los más viejos oteaban el horizonte y las condiciones de la mar y determinaban a que distancia se debía calar el copo.
No hay político, que se precie de serlo, que no meta, en la primera ocasión que pueda, esta frasecita que, junto a “sin duda de ninguna clase”, esgrimen a cada momento para resaltar la convicción plena en sus razonamientos o en sus decisiones. Estas “verdades inquebrantables” duran lo mismo, en sus palabras y hechos, que las pompas de jabón que hacen mis nietos con un canuto de plástico.
Es lo que queda de aquel trazado de vía estrecha, que permitía la circulación del tren de cercanías entre Málaga y las Ventas de Zafarraya. Se trata de un carril polvoriento de unos cuatro o cinco metros de ancho, que circula paralelo a las playas de la Torre de Benagalbón a partir del “puente romano”, llegando hasta la altura de la unión con la carretera nacional 340 a la altura de Chilches.
Una fiesta muy especial que no sabría calificar. Una mezcla de ritos ancestrales, una especie de liturgia, una demostración de valor o de inconsciencia o, simplemente, la culminación de una fiesta constante llena de alcohol, de comida y… de algunas otras cosas.
Dice la Wikipedia que un médico es: un profesional que practica la medicina y que intenta mantener y recuperar la salud mediante el estudio, el diagnóstico y el tratamiento de la enfermedad o lesión del paciente. Yo añadiría que un médico es algo más. A las pruebas me remito. Durante la fuerte pandemia que hemos padecido durante los pasados años (y lo que nos queda), han sido el sostén de nuestra sociedad.
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