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Me da la impresión de que algunos países hispanoamericanos se están poniendo un poco pesados con la tabarra de que el pueblo español actual tiene que pedir perdón por la serie de actos (verdaderos o falsos) que forman parte de la llamada “Leyenda Negra”.
Aun recuerdo mis tiempos escolares en los que, al pasar lista, se contestaba con la exclamación: ¡Servidor! O aquél latiguillo que utilizaba López Vázquez: “un esclavo… un servidor”. Este sustantivo se ha dejado vinculado solamente a los distribuidores de Internet.
En los tiempos que corren, los estudiantes malagueños se incorporan a las aulas el 10 de septiembre. Como he cometido la osadía de matricularme en segundo de Historia, una vez superado el primer curso, me he vuelto a incorporar a unas instalaciones viejas y llenas de obras. Unos bancos incómodos y antediluvianos que, a partir de la tercera hora de clase, hacen jurar en arameo a mis maltrechos huesos.
De improviso tenemos que cambiar la sombrilla de playa por el paraguas y la toalla por el chubasquero.
En principio las ferias se celebraban en días señalados para realizar las transacciones comerciales propias de un ambiente rural. Después se les unieron las fiestas lúdicas para festejar los buenos negocios. En el caso de la feria de Málaga, esta cumple con las condiciones estipuladas. Efectivamente se trata de un mercado de mayor importancia. Supongo que en sus inicios se centraría en la venta de productos de la comarca y el trato de semovientes.
Se trata de un excelente trabajo de Leo Harlem, un actor y monologuista que ha llegado a la cima de su carrera bastante talludito. Sin llegar a la fama que alcanzó en su día “Chiquito de la Calzá”, Leo Harlem se ha hecho un gran hueco en la nómina de los humoristas españoles. Protagoniza unos espacios del tipo “monólogos” en los que aborda situaciones habituales observadas desde el punto de vista de alguien que hace años que ha abandonado la juventud.
Desde tiempos inmemoriales los griegos habían establecido un templo en esta zona de Grecia dedicado a sus dioses, a los que llevaban presentes para obtener un oráculo favorable Aprovechando esta circunstancia procedieron a celebrar unos juegos a imitación de los píticos celebrados en Delfos. Desde entonces, cada cuatro años, se celebraban unas competiciones en las que se intentaba llegar más alto, más lejos y más rápido, entre otras muchas disciplinas.
No importa que pase el tiempo ni las circunstancias varíen. Llegado el estío y a lo largo de un fin de semana, cada pueblo engalana su plaza e invita a sus vecinos y a los de los pueblos de alrededor, a olvidarse por un momento de la sequía, las cosechas perdidas, el ganado –que es diezmado por las circunstancias- y la emigración, a le que todavía están sometidos algunos de ellos.
He tenido la suerte de contar con la amistad de Juan C., un hombre muy mayor que esconde en su interior un viejo marengo. Creo que la definición que nos da la RAE de la palabra marengo es bastante acertada. Dice que se trata de un “pescador u hombre de mar”. En el caso que nos atañe, la definición se cada corta.
Corren tiempos difíciles. Estamos rodeados por amenazas de todo tipo que te hacen temer por el futuro de los tuyos y de la humanidad entera, a corto, medio o largo plazo. Suenan tambores de guerra en países cada vez más cercanos, enfrentamientos diarios entre nuestros políticos, persiste el paro y la pobreza, cada día hay más viviendas turísticas y menos en alquiler, etc., etc.
Aunque parece que no esta de moda, se siguen celebrando bodas. Previamente, los contrayentes han pasado por la horterada de la petición de mano, rodilla en tierra, todo muy americano. Para ello aprovechan un partido de futbol, una corrida de toros o un concierto. (Parece ser que varios cientos de peticiones de mano se han celebrado en un concierto en el Bernabeu).
Por mi fe, por costumbre o por necesidad, asisto a la Eucaristía del domingo desde que tengo uso de razón. De pequeño acompañaba a mis padres. Cuando comencé a volar solo, tuve la suerte de coincidir con una serie de amigos, que aun conservo gracias a Dios, que tenían también arraigada esta devoción. Me fue muy fácil mantenerla.
La buena noticia de hoy no puede ser otra que el ascenso del Málaga a segunda división. No “hemos” ganado la copa de Europa. Ni siquiera la liga en la que participábamos. Pero hemos logrado el ascenso a una categoría nacional de una forma “patatera”. A base de sudor y lágrimas.
Nos encontramos en tiempos políticos difíciles. Los dirigentes de nuestro país no saben –o no se atreven- a poner remedio a una complicada situación. Una encrucijada de reclamaciones por parte de las diversas regiones españolas, unida a una ruptura interior de los partidos que hace tambalearse sus cimientos.
Pertenezco a una familia de maestros. Mi madre y mi tía fueron maestras de aquellas escuelas unitarias de niñas en las que chiquillas de todas las edades recibían una buena dosis de cultura de la buena (con todo lo que esto lleva consigo). Recorrieron pueblos, fondas, casas más o menos adecuadas, viajes en viejos autobuses, etc. Ejercieron su docencia allá de donde les destinaban.
Vivo en un barrio de gente joven. Es raro encontrar un letrero que, cuando menos, no este escrito en “spanglish”. En esta ciudad, tan abierta a desayunar y merendar fuera de casa, proliferan los letreros en los que te invitan a tomar 'plumcakes' (las magdalenas de toda la vida), 'brunch' (el café completo de los camioneros o el almuerzo levantino) y toda suerte de batidos energéticos con aspecto de medicinas.
Soy un pésimo aficionado al futbol. Para colmo soy un espectador de sofá. Me pongo tan nervioso con el juego que acabo apagando la pantalla. Lo cual no quiere decir que no tenga cierto pedigrí como forofo malaguista. Durante años fui socio y me tragué temporadas enteras en la vieja tribuna alta. Es más, en uno de los ascensos del Málaga, aquél de Viberti, me metí dos días de martirio en un “tren botijo” para asistir a un memorable ascenso en San Mamés.
En la Biblia se presenta cómo Nabucodonosor tuvo un sueño en el que se podía contemplar una magnífica figura de oro y plata, pero que estaba sustentada sobre una base de barro que, al menor golpe, hacía desmoronar toda la efigie. Claramente se trataba de una advertencia sobre la vulnerabilidad de aquel al que se “idolatra” momentáneamente por su aspecto exterior, y que, posteriormente, se rompe en mil pedazos al ser empujado por los mismos que le han encumbrado.
Marbella ha dejado de ser aquel bello pueblo de la costa occidental en el que veraneaban las gentes con posibles de mediados del siglo pasado. A lo largo de los años, lo que antes era una villa apacible y sosegada, se ha convertido en una ciudad grande que se desparrama entre la costa y las lomas de la Sierra Blanca. Queramos o no, el último despegue, para bien o para mal, se produjo en el “reinado” de Jesús Gil.
Vivimos en un país cainita que lleva toda la vida con sus habitantes tirándose los trastos a la cabeza. Desde que dimos el vuelco hacia la democracia, ya hace casi setenta años, vivimos en un ambiente político que se preocupa más de resaltar lo que nos separa, que de poner en marcha lo que nos une.
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